sábado, 30 de noviembre de 2013

Juan Larrea (I). Una entrevista de Santiago Amón.



Una de las personalidad más "a los márgenes" de la cultura española del siglo XX, "el polizón de la generación del 27", "el poeta" surrealista español, el inspirador del Guernica de Picasso, el gran intérprete de César Vallejo, el estudioso el Apocalipsis... En Juan Larrea conviven muchas facetas y aspectos que se intentarán mostrar en este blog aportando, periódicamente, materiales que ayuden al estudio y divulgación de su obra.

Para empezar, una entrevista con Santiago Amón publicada en el diario El País, el día de fin de año de 1977.

Conversación con Juan Larrea.

Con el Guernica (con su “Guernica” debajo del brazo), ha vuelto el último exiliado. Tras cuarenta años de obligada erradicación, acaba de regresar a España, aunque deforma eventual y, desgraciadamente, efímera, nuestro gran poeta Juan Larrea. Autor de una extensa obra literaria en la que priman siempre valores de trascendencia, es Larrea universalmente conocido y reconocido por deberse a su pluma la primera exégesis en tomo al Guernica de Picasso, fuente y estimulo de cuantas otras se hayan producido con posterioridad a 1947. fecha en que él divulgó la suya. Treinta años después de su primera edición en Nueva York, el Guernica de Larrea ve la luz en España, y la ve por paradójica vía de primicia; que si bochornosas razones de censura vetaron por tanto tiempo una obra maestra de nuestra literatura, fueron otras ignorancias y desdenes los que injustificadamente dieron también en relegarla. Ha venido Larrea a dar a conocer su Guernica, recientemente editado por Cuadernos para el Diálogo presentado, el pasado martes, en Madrid. Ha venido y ha hablado acaloradamente de España, de Picasso, Vallejo...


SANTIAGO AMÓN. ¿Por qué, tras cuarenta anos de exilio, se ha decidido usted a regresar a España?

JUAN LARREA. Hasta hace dos años ni pude ni quise. Hoy lo hago por una razón tan sencilla y emocionante como puede serlo, y lo es, la invitación que han tenido a bien hacerme las buenas gentes de Cuadernos para el Diálogo. Me invitaron primero a editar con ellos la versión castellana del Guernica y ahora me invitan a presentar públicamente el libro en Madrid. Vengo con el Guernica en la mano porque, aun simbolizando la paz, es un arma de guerra.

SANTIAGO AMÓN. ¿Le emocionó volver a pisar tierra española?

SANTIAGO AMÓN. ¿No se siente usted protagonista?

JUAN LARREA. Únicamente de mi mundo. Dentro de mi mundo lo que más me gusta es mi propio mundo.

SANTIAGO AMÓN. ¿Le unía a usted una fuerte amistad con León Felipe?

JUAN LARREA. Aparte de la amistad, entre nosotros medió una comunión en la búsqueda de soterradas relaciones vitales y de símbolos. León Felipe creía en mis caminos y solía decirme: Juan, sí que estás loco, pero yo te sigo..

SANTIAGO AMÓN. ¿Dos poetas de difícil clasificación incluso generacional?

JUAN LARREA. Mejor que inclasificables. León Felipe y yo somos dos desorbitados.

SANTIAGO AMÓN. ¿No se siente usted vinculado a la generación del veintisiete?

JUAN LARREA. Con todos sus valores, era una generación de profesionales de la poesía, y yo siempre he odiado la profesión de poeta. En 1926 me fui a París para vivir la poesía en la vida. Allí, en casa de Vicente Huidobro conocí a César Vallejo cuya vida estuvo y sigue estando junto a la mía.

SANTIAGO AMÓN. ¿Antipoeta y mago como Vicente Huidobro?

JUAN LARREA. Algo hay de ello. Siempre me interesó más la experiencia de la vida que la expresión del arte. Inducido por el reclamo de la vida, por el espíritu que la rige, de París me fui a los Andes, a la altitud, para ver si caía el rayo, ¡y cayó! Toda una aventura que trajo como resultado próximo el inesperado tesoro de antigüedades incaicas que actualmente se exhibe en el Museo de América, en Madrid.

SANTIAGO AMÓN. ¿Guarda su vida alguna similitud con la de Rimbaud?

JUAN LARREA. Me encanta, como a él, eso de quemar las naves. Si usted repasa mi biografía, observará que soy un especialista en la materia. Desde niño, mi objetivo era trasladarme a las antípodas, a Oceanía. y terminé, de la forma más inesperada, en la altiplanicie de los Andes del Perú... y así, sucesivamente: siempre en los lugares más imprevisibles. a merced del espíritu que gobierna y da sentido a la vida.


Vicente Huidobro y Juan Larrea.
SANTIAGO AMÓN. ¿Es César Vallejo el poeta más grande del siglo?

JUAN LARREA. Sin duda alguna, si poeta puede llamársele. Vallejo está por descubrir en el mundo. He dedicado y sigo dedicando buena parte de mi vida a la interpretación de su profecía universal, y me complace figurar, bajo el nombre de Ernesto Zúñiga (¡alma republicana!), junto a los otros dos grandes símbolos (el obrero Pedro Rojas y el campesino Ramón Collar) de su poema apocalíptico en tomo a España.

SANTIAGO AMÓN. ¿Qué relación media entre España y el Apocalipsis?

JUAN LARREA. Una relación casi de identidad. En España se concreta geográficamente el finísterrae, y donde se da el fin de lo material comienza el más allá (el plus ultra) del espíritu. España es signo de trascendencia. Descubrió un nuevo mundo, en sentido material, y habrá de iluminar otro nuevo mundo de condición trascendente, a través de la palabra (del verbo) que traduce la voz del espíritu. César Vallejo estaba en posesión de la palabra profética antes y después de su vinculación a España, con ocasión de la guerra civil. El mensaje de César Vallejo sigue en pie.

SANTIAGO AMÓN. ¿También nuestra guerra civil tuvo un signo apocalíptico?

JUAN LARREA. Por supuesto. Fue algo más que una guerra intestina promovida por ideologías políticas o intereses económicos. Fue ni más ni menos que la batalla entre el bien y el mal. cuyo dramático resultado usted conoce. De aquí. y sólo de aquí, la tremenda conmoción que causó en todo el mundo. Ninguna otra guerra ha tenido semejante eco universal. Las cosas comienzan ahora a cambiar, por fortuna. En la actual situación española se está jugando el destino del mundo que culminará, noto dude usted, con el triunfo del bien, con la iluminación del espíritu. España es tierra de profecía.


Antología de la literatura apocalíptica de Juan Larrea realizada por Cristobal Serra.

SANTIAGO AMÓN. ¿Apocalíptico y profético es igualmente el Guernica de Picasso?

JUAN LARREA. Igualmente apocalíptico, profético y universal. No creo que haya habido en la historia otro cuadro de mayor resonancia; una resonancia mundial que difícilmente, cabe achacar a simples razones de estética. Todo el quehacer antecedente de Picasso no es otra cosa que la morosa preparación de un gran mensaje, o la iniciación en una gran profecía.

SANTIAGO AMÓN. Usted que conoció a fondo al pintor a lo largo del proceso conformador del Guernica y asistió, prácticamente, a cuantas incidencias, cambios e innovaciones fue introduciendo hasta la consumación del cuadro definitivo, ¿piensa que Picasso era consciente del sentido, apocalíptico de su obra y de la universalidad de su profecía?

JUAN LARREA. El profeta es sólo transmisor de la voz del espíritu. Vive en ella y de ella. Picasso vivió como pocos pueden imaginar el Apocalipsis de nuestra guerra civil y la plasmó en el lienzo con verdadera dimensión apocalíptica, Vivió como pocos el estado febril que la guerra española produjo en el mundo, recogió la voz del espíritu, que se incorpora y traduce en la forma de las circunstancias, fue arrastrado por la ola y dio el do de pecho en el Guernica.

SANTIAGO AMÓN. ¿Manifestó alguna vez su condición de profeta?

JUAN LARREA. Picasso era un hombre-sorpresa, un hombre-enigma o, si se quiere, un hombre-candado. Lo que pensaba Picasso sólo lo sabía Picasso. Su subconsciencia moraba, eso si, en la profundidad de buscar en el arte y más allá del arte. Cabe decir que Picasso nació ya vinculado a la historia del arte.

SANTIAGO AMÓN. ¿Fue un gran español?

JUAN LARREA. Un español universal, aunque su misma universalidad radicara en sus adentros, en su propio enigma interior. Apenas si viajó alguna vez más allá del medio de su costumbre. La sola idea de emprender un viaje le producía verdaderos trastornos. En el, lo universal y lo doméstico se conjugaban a las mil maravillas. Algo tenia de gato acostumbrado a su tejado.

SANTIAGO AMÓN. ¿Fue un gran pintor?

JUAN LARREA. No creo que valgan los adjetivos. En Picasso, como en César Vallejo, toma cuerpo y estatura la entidad del fenómeno: ese fenómeno universal tan incomprensible y tan propio de España y de su lenguaje.

SANTIAGO AMÓN. ¿Realizó Picasso el célebre retrato de César Vallejo a instancias de usted?

JUAN LARREA. Así es. Picasso no conocía a Vallejo. Apenas se produjo la muerte de César, me reuní, una larga larde, con el pintor y le leí un buen puñado de versos vallejianos. Picasso. profunda y visiblemente emocionado, exclamó: «A éste si que le hago el retrato.» Y dicho y hecho. Tras una ojeada a unas cuantas fotografías que le mostré, dejó para la historia no uno, sino tres retratos de César Vallejo.

SANTIAGO AMÓN. ¿Fueron Picasso y usted dos grandes amigos?

JUAN LARREA. Lo fuimos. A lo largo de los años 37, 38 y nuestro trato era asiduo. Venía Picasso frecuentemente a mi casa, acompañado de Dora Maar, su amiga de entonces (a ella se deben las fotografías del proceso del Guernica tal como obran en mi libro), y yo iba a la suya, en compañía de mi mujer. Llegué a ser su hombre de confianza , su Jaime Sábanos, por así decirlo, de aquellos tiempos. Ante cualquier solicitud, dificultad o indecisión, Picasso solía decir: "Pregúntenle a Larrea..." Posteriormente, él se quedó en su universalidad doméstica y yo seguí mi camino.

SANTIAGO AMÓN. ¿A dónde le ha conducido su camino?

JUAN LARREA. A aquella región del espíritu en que la vida y la obra adquieren un sentido trascendental. Sin una visión de trascendencia, ni la vida, ni la obra, ni nada, tiene valor. Mi poesía lírica de otros tiempos se ha convertido en relato épico de la humanidad y del espíritu que la anima a través, según dije. de lo que llamamos las circunstancias.

SANTIAGO AMÓN. ¿En qué radica la vocación del artista?

JUAN LARREA. En aquella milagrosa capacidad que mi gran amigo Lipchitz le atribula, y se atribula. a la hora de influir en los acontecimientos, de una forma eficiente, real, comprobable, como de hecho ha influido el apocalíptico Guernica de Pablo Picasso.

SANTIAGO AMÓN. ¿Sigue usted creyendo en el designio apocalíptico de España?

JUAN LARREA. Negarlo seria tanto como negar su historia y su propia geografía. Hasta su escudo, digan lo que digan los expertos en heráldica, se ve presidido y rodeado por el águila del Apocalipsis.


ADENDA


jueves, 28 de noviembre de 2013

Arcadi Espada entrevista a Cristóbal Serra.


Cristobal Serra, escritor.

Al borde de los ochenta años. Cristóbal Serra (Palma de Mallorca. 1922) dice con horror que ha acabado escribiendo mucho. Mucho, dice: alrededor de una decena de libros, cargados de brevedad. Aunque es cierto que en los últimos tiempos las ediciones se han agolpado, para el gusto de un temperamento refractario a la cantidad: Bitzoc publicó en el 2000 su ensayo autobiográfico, titulado con la habitual elegancia, Las líneas de mi vida, y un año más tarde Diario de signos, uno de los libros, con Péndulo y Augurio Hipocampo, donde mejor se concentra la poética dictada por Lao Tsé: ‘'Percibir lo más pequeño, allí tenéis la clarividencia”. Ahora Tusquets edita Efigies, una antología de enormes aforismos que Serra ha escogido con el cuidado, la gracia y la profundidad con que ha escogido siempre sus propios pensamientos.

      ARCADI ESPADA:  He seleccionado unos cuantos aforismos de Efigies y le propongo que hagamos la entrevista con ellos.

      CRISTÓBAL SERRA:  Encantado.

ARCADI ESPADA: Pues comencemos por Chuang Tsé: “Los excesos de la inteligencia y de la acción traen descompuesto al mundo”.

CRISTÓBAL SERRA: Yo creo que éste es el más actual de todos los aforismos del libro. El taoísmo tenía el sentido de la armonía y consideraba que el exceso de inteligencia es inarmónico. La verdad es que yo no tengo muy buen concepto del dogma del progreso indefinido. La inteligencia moderna es luciferina. Como dice el propio autor “desmorona las montañas, seca los ríos y perturba la sucesión de las cuatro estaciones”. En cuanto a la inacción no se ha de tomar en sentido absoluto, claro. La acción debe tener su medida. Creo que los mediterráneos tenemos el sentido de esa medida y que los nórdicos no lo tienen. Ahora el mundo mercantil ha convertido la literatura en una acción. Hay que tener una gran capacidad para oponerse a esa afrenta


ARCADI ESPADA: William Blake: “El gusano perdona al arado que lo ha partido”.

CRISTÓBAL SERRA: Hace muchos años que leí a Blake. Es el más grande de los poetas ingleses. Mayor que Shakespeare. Shakespeare era un genio torrencial, quien lo duda, que a veces se deja llevar por el verbalismo. El espíritu de Blake me parece superior. Este aforismo suyo resume el género, tal como yo lo entiendo. El aforismo, a diferencia de la máxima, se desentiende lo humano. Ese gusano responde a un anticipo de la moral nietzscheana, de ese estar por encima del Bien y del Mal. A la prosa de Blake no se le ha dado la importancia que merece. Y es magnífica.

ARCADI ESPADA: Pascal: “La imaginación no hace sabios a los locos, pero los hace felices, todo lo contrario de la razón que no arranca a nadie de su condición miserable”.

CRISTÓBAL SERRA: Pascal tenía un concepto pesimista del hombre. Es natural. Es difícil llamarse hombre cristiano y no tenerlo. Nunca creyó que la razón fuera suficiente. Él sabe que la razón no puede liberamos. No sirve para esclarecer el misterio. La imaginación acepta el misterio y del misterio se nutre. Es más salutífera. Pero el mensaje de Pascal aún es más problemático. Es cierto que la imaginación no nos encadena, pero también tiene límites. Cuando se pierde la noción del límite se pierde todo.

ARCADI ESPADA: “Donde está la infancia está la edad de oro”, escribe Novalis.

    CRISTÓBAL SERRA: No fue el primero que hablo de la infancia en esos términos. El primero fue Jesucristo. La esencia del cristianismo es lo infantil, lo espontáneo. En un libro de Clemente de Alejandría, titulado El pedagogo, tengo anotado algo sobre el logos infantil. Y una frase concluyente: “Los niños somos nosotros”. Se trata de un sueño muy cristiano. La infancia es el amuleto con el que debemos preservamos.

ARCADI ESPADA: Lichtenberg: “En nuestros días, tres ocurrencias y una mentira hacen a un escritor”.

CRISTÓBAL SERRA: Habría que saber si el aforismo tiene carácter contingente o permanente, ja, ja. Pero vaya no dudo de que los días de Lichtenberg son los nuestros. Ahora he acabado de leer este libro de Sánchez Dragó, la Carta al Papa. Bueno, es un hombre que ha viajado mucho. Pero me da la impresión de que se atribuye una experiencia interior, un espíritu que no tiene. Habla de la Biblia de una forma espiritualmente muy plebeya y desde luego en su libro hay muchas ocurrencias y más de una mentira. ¡No hay duda de que Satán, antes que cualquier otra cosa, es un mentiroso! Otro ocurrente era Cela. Siento decirlo, porque me apreciaba mucho, pero su literatura sólo son ocurrencias. A la genialidad por la ocurrencia.


       ARCADI ESPADA: Joubert, el ligero: “Los escritores excelentes escriben poco.

CRISTÓBAL SERRA: Sin ninguna duda. Y bien me duele el aforismo porque últimamente he escrito mucho. Por escribir hasta he escrito sobre asnos, ja, ja. El asno inverosímil,que es lo último que he hecho y que saldrá publicado dentro de poco. Me parece que ya he perdido el sentido del límite, al que aludía Joubert, que es, quizá, el aforista que prefiero. Hay dos tipos de escritores, bueno, hay muchos tipos, pero ahora quiero hablar de los escritores poderosos, musculados, que son capaces de echarse sobre la espalda una gran prosa y una obra monumental, tipo Balzac, y luego los escritores alambique. Los escritores alambiques someten a la prosa a una gran depuración, haciéndola circular mil veces por la retorta. Paradójicamente, el resultado es todo lo contrario de una prosa alambicada: es un destilado transparente. Eso es Joubert y eso me habría gustado ser a mí, pero está claro que he fracasado.

ARCADI ESPADA: Chamfort, el terrible: “Existen siglos en los que la opinión pública es la peor de las opiniones”.

CRISTÓBAL SERRA: Estoy seguro de que el aforismo cuadra perfectamente con nuestro tiempo. Para Chamfort, la opinión pública era la peor opinión posible. También Heráclito tenía una opinión muy negativa de la opinión, una palabra que usaba siempre en un sentido muy peyorativo. Hoy todo el mundo puede opinar, y además está contento y orgulloso de hacerlo. Naturalmente, la primera obligación del escritor es arremeter contra la opinión pública, ser intempestivo y estar fuera de lugar. Ése es el programa.

ARCADI ESPADA: Nietzsche, ese nombre que al decir de Renard llevaba tantas letras inútiles: “San Pablo. Sin las agitaciones y las tormentas de aquel espíritu, no habría habido mundo cristiano: apenas hubiéramos oído hablar de una secta judía, cuyo jefe murió en la cruz”.

CRISTÓBAL SERRA: Leyendo El Anticristo uno se da cuenta de que el destino de ese libro no es Cristo sino San Pablo. El apóstol era un prodigioso dialéctico y uno sólo tiene que leer las cartas de los Gálatas y la de los Corintios, que son un prodigio de sutileza, y que revelan al hombre y al escritor. Ya debe saber usted que yo creo que todo arranca del Cristianismo. Y quien le ha dado fundamento y sentido al Cristianismo ha sido San Pablo. Así, no es de extrañar que Nietzsche topara con él.

Traduccion y selección de los Diarios de León Bloy realizada por Cristóbal Serra.
ARCADI ESPADA: Léon Bloy: “Los imbéciles son escurridizos e impermeables como una clara de huevo.

CRISTÓBAL SERRA: Era un hombre terrible. La escritura de su diario, del que yo hice años atrás una antología, y de donde están extraídos estos fragmentos, está llena de injusticias tremendas. Pero también de honradez y de verdad. Bloy era un hombre que creía preciso tener enemigos. Pero, a veces, y analizando las cosas desde otro punto de vista, te preguntas si su violencia no es un recurso estilístico antes que otra cosa.

ARCADI ESPADA: Claudel: “El lenguado, antes de morir, deja a sus hijos esta herencia inestimable: ‘¡Sed lisos!”.

CRISTÓBAL SERRA: Ah, este aforismo. Es extraordinario. Forma parte de los que llamo aforismos físicos. Es casi impenetrable. En una primera instancia remite a un consejo evangélico: “Sed humildes”. Allí donde todo es llaneza. Pero la elección del lenguado, brillante y misteriosa, le da una rareza muy seductora. De la confrontación entre el consejo paterno y la inexorabilidad orgánica de la bestia nace, además, una ironía muy delicada.

ARCADI ESPADA: “El poeta no tiene que soñar más: debe observar. Tengo la convicción de que es por ese lado por donde la poesía debe renovarse”: de Renard.

CRISTÓBAL SERRA: Esto es aplicable a poetas que admiro mucho, como Francois Ponge. El poeta sueña porque observa. O como Fray Luis de Granada, que me parece un poeta mucho más interesante que su casi homónimo Fray Luis de León. Fray Luis de Granada era un poeta de las cosas, y podía serlo porque las cosas están muy animadas. La poesía debe ser una extracción. Siempre una extracción.


ARCADI ESPADA: “Presumir de ‘realista’, de ‘fuerte’, cosa tan comente en España, es el despecho y el consuelo de no ser espiritual y delicado”: Juan Ramón.

CRISTÓBAL SERRA: Un aforismo trazado con escalpelo, que anatomiza una gran parte del homo hispanicus. Hay que reconocer que mucho del gran arte español sabe a ajo. El pintor Solana, y con él un gran número de pintores y de escritores, es grande para todo aquél al que no repugne el olor a ajo. No hay vuelta de hoja: la veta artística española lleva este olor. Nuestra literatura tiende a lo plebeyo y eso es lo que más me retrae de ella. Es el lastre de Quevedo, que es un escritor importantísimo, pero con demasiado regusto. Cervantes, no. A pesar del sanchopanzismo. Cervantes no. Cervantes tiene ángel. Y su humor es completamente distinto del humor genérico de los españoles.

ARCADI ESPADA: El sorprendente Jerzy Lec: “A muchos poetas les perturba que las palabras tengan además un significado”.

CRISTÓBAL SERRA: Es verdad que ya por el sonido las palabras existen, pero no basta. La falta de rigor, en poesía, un error de bulto. Y muchos poetas parecen desconocerlo. El significado de las palabras se convierte para los poetas poco profundos en un escollo. Para los buenos poetas, claro, es el mejor aliado.

ARCADI ESPADA: Acabo con su Chesterton querido: “Nunca he tomado en serio mis libros, pero tomo muy en serio mis opiniones”.

CRISTÓBAL SERRA: Acertó muchísimo. Quizá sea por eso. Fue un vanguardista. Sus ensayos me lo parecen especialmente. Los escritores ingleses van solos. Excéntricos. Suelen decir la verdad.

      ARCADI ESPADA: Un aforismo de Vauvenargues, que usted incluye en la selección tal vez explique el porqué de una ausencia: La Rochefoucauld no era pintor, talento sin el cual es difícil ser elocuente. Tenía la libertad y la osadía que caracterizan al genio, pero su estilo no era gracioso, ni conmovedor, ni vehemente, ni sublime”.

CRISTÓBAL SERRA: Así es. La Rochefoucauld no era un aforista. Era un epigramático. Un labrador de máximas. Las labraba como medallones.

ARCADI ESPADA: Leopardi.

CRISTÓBAL SERRA: Algo de lo que me ha pasado con Machado y su Juan de Mairena. Sentencioso. Enfadoso. Algo romo.

ARCADI ESPADA: Kafka.

CRISTÓBAL SERRA: ¿Sabe...? Yo pienso de Kafka lo que opinaba Papini. No me interesa. Kafka ha acabado decepcionándome y en especial sus aforismos. A veces me parece un puro teólogo casuístico.

ARCADI ESPADA: Borges.

CRISTÓBAL SERRA: No lo encuentro dotado para el aforismo. Es un hombre muy inteligente, de una cultura extraordinaria. A veces se engaña a sí mismo, porque es mucho más racional de lo que aparenta o le gustaría ser. Es un tipo muy mitificado en España. Y en muy pocos años. No hace tanto que aquí nadie leía a Borges. De él sólo llegaban rumores vagos: que escribía en inglés, por ejemplo.

ARCADI ESPADA: Joan Fuster. Era un volteriano, lo comprendo, pero...

CRISTÓBAL SERRA: No...

ARCADI ESPADA: Aunque sólo fuera por su epitafio, que es un modelo de desasimiento.

CRISTÓBAL SERRA: ¿Qué dice?

ARCADI ESPADA: “Murió como vivió: sin ganas".

CRISTÓBAL SERRA: Es muy bueno. No he leído a Fuster. Lo siento, apenas conozco la literatura catalana.

ARCADI ESPADA: ¡Ferlosio!

CRISTÓBAL SERRA: Tampoco. Un buen amigo vino a verme con el libro leído, y me dijo lo mismo: “Pero, hombre, ¡Sánchez Ferlosio!” Lo siento. No lo he leído. Lo siento en el alma.

(El País. 2-3-2002)

Arcadi Espada en Jot Down.
ADENDA:

miércoles, 27 de noviembre de 2013

Adiós a todo eso. La Caída del Muro. XXIV años después. (y 3).


Diccionario de adioses.
ADIÓS.

HE malgastado mi vida. Es lo único que me queda decentemente por escribir, ante las fotos de las fosas comunes de Timisoara.

Sé que sería sencillo hacer un quiebro. Decir que nada tiene que ver esa monstruosidad con el sueño de una sociedad libre de hombres iguales, por la que aposté, a todo o nada, hace ya mucho más tiempo del que sería preciso para pretender ser hoy recuperable. Pero no es hora de andar jugando con las palabras y las cosas. Como comunista he sido responsable también de eso. Y basta.

Sólo me queda, pues, decir adiós. A todo. La sociedad capitalista está podrida. Me reafirmo en ello, con la fuerza de una certeza absoluta. Que quede claro: rezuma miseria y desolación —material y simbólica— por cada resquicio dé sus escaparates deslumbrantes. El socialismo —quede igualmente claro— no ha sido más que un inmenso campo de concentración y tortura. Y quienes, designando con justeza lo primero, hicimos, de la lucha comunista nuestra razón de sobrevivir en el sinsentido diario, hemos sido los cómplices —inconscientes, penosos, lamentables, ridículos, todo lo que se quiera, pero cómplices— de lo segundo. Sin nuestro sofisticado aparato discursivo, hecho de distinciones sutiles entre socialismos reales y teóricos, tal vez hubiera sido más fácil designar lo evidente. Aún en el “Infierno” de Dante hay círculos graduales: el nuestro, visto desde el suyo, era casi un paraíso.

Me avergüenzo de haber pendido el tiempo, hablando y escribiendo de inteligentes tonterías que ocultaban cómo otros sufrían y morían en silencio. Se, así, que no soy mejor que ese dirigente del PCE que, hace apenas una semana, se negaba a que pudiera usante para el camarada Ceaucescu el calificativo, demasiado duro en su opinión, de «déspota». Yo, que he usado siempre calificativos bastante más brutales para él y para los de su ralea, he querido empeñarme, sin embargo, en hacer el elogio de una revolución imposible que no era —por muy paradójico que resulte— sino la coartada de sus matanzas.

No soy mejor que Ignacio Gallego, pues. Ni mejor que la disciplinada representante del PCE que, en el último Congreso del PC Rumano, hace un mes, ovacionó al Conducator «por respeto» —dice ahora— «al pueblo de Rumania». Todos somos tan culpables como ellos. Como los que se beneficiaron de las residencias para miembros de la nomenklatura al borde del Mar Negro, como los que fueron parte del círculo íntimo de los Ceaucescu y ahora callan como tumbas, como los que hoy aún tienen la desvergüenza de seguir haciendo uso institucional de ese adjetivo «comunista» que recibieron de la Komintem primero, ratificaron luego por la Kominform...

Tan culpable como ellos. Está claro.

Dan ganas de no volver a escribir jamás una sola línea política.



Gabriel Albiac. 28 de diciembre de 1989. Pg 2. El Mundo.

ADENDA:

Adiós a todo eso. La Caída del Muro. XXIV años después. (2).



El gran reencuentro [y 2]

[GABRIEL ALBIAC_
Enviado especial

BERLIN.—]


«No hay nada tan desolador como el anhelo cumplido». La fórmula de Stevenson repiquetea en mí cabeza al día siguiente, mientras aguardo cola para pasar al Este. Son las tres de la tarde y es hoy ya mi segundo paseo. Hermann, mi contacto occidental con los grupos opositores de Berlín Este, es muy joven. Probablemente casi un crío cuando la dinámica envenenada del postsesenta y ocho alemán empujó a los sectores más radicales del potente movimiento estudiantil hacia su propio muro: la criminalización y el exterminio. «Deutschland im Herbst».«Alemania en otoño». «Llegamos —suelen decir ahora los supervivientes de aquellos años de plomo, que acabaron por configurar la primera generación de los Verdes— hasta la puerta misma de la cárcel, pero supimos bordearla».

NUEVA GENERACION.- Ahora, tras los tiempos oscuros, una nueva generación radical, prácticamente sin pasado ni memoria políticos, ha consolidado su presencia en Alemania Occidental —y, de un modo particular, en esta extraña ciudad desterritorializada que es Berlín—, el muro se derrumba. Para gentes como Hermann corren ciertamente tiempos fascinantes, más aún que para el resto de sus compatriotas. Tal vez sea cierto, a fin de cuentas, que están viviendo «su» 68. Y tal vez éste no termine en derrota.

Pasan del otro lado casi a diario en estas últimas semanas, para introducir panfletos y establecer contactos, tal vez más generacionales que políticos, en el sentido tradicional del término. Envueltos en la marea humana que diariamente se agolpa sin control en los pasos fronterizos. Como en este de los pasillos del S-Bahn -el metro de superficie berlinés- de Friedrichstrasse, por el cual el caudal humano es encauzado en un caos comparable sólo al del pabellón de deportes del Madrid en noche de concierto de Radio Futura.

«¿Dónde he visto yo todo esto?», me pregunto. Imágenes de Saigón en vísperas del abandono americano. Masas imposibles de cifrar, pugnando por llegar hasta algún sitio, aeropuerto, embajada, desde donde poder huir adonde fuera, al infinito... Pero no. Aquí, en Friedrichstrasse, hoy 14 de noviembre, a las tres y media de la tarde, las masas apelotonadas no tratan de fugarse, sino de volver a casa.

RETORNO AL ESTE-La jornada de compras ha terminado por hoy. Y los entre dos o tres millones de ciudadanos del Este, que están practicando sus diurnas incursiones en los supermercados de Occidente, tienen que retomar a la hogareña madriguera, para tratar de adoptar allí el fenomenal acopio de mercancías que arrastraran trabajosamente por los pasillos del metro, como buenamente pueden. Un hormiguero humano, pienso. Y recuerdo haberme cruzado esta mañana, muy temprano, con una joven pareja de la RDA que emergía desde el metro a Occidente con un amplio cochecito de bebé... vacío. Me imagino que, en algún punto del hormiguero, ahora rehace a la inversa el recorrido y que el carrito tal vez le evite el esfuerzo del hombretón que, a mi lado, carga con un enorme televisor en color, o el del chavalín que se aferra al paquete de su ordenador personal Commodore. De dónde han podido salir los marcos federales para poder adquirir todo este bazar ya es algo bastante menos claro. Años de mercado negro de marcos federales acumulados —diez a uno sobre el mercado oficial—, seguramente. También, en parte al menos, obsequios de los familiares occidentales... El hecho es que la ilusoria moneda RDA no es susceptible de justificar todas estas transacciones. Pero nadie en el control de fronteras va a poner dificultades. Todo el mundo se sabe en el simulacro y se respetan las reglas de su juego.

«Pero, ¿qué es lo político aquí?» Me pregunto mientras Hermann se desvía trabajosamente hacia la entrada exclusiva para ciudadanos federales, tras haberme pedido que me haga cargo —sigue siendo más seguro, pese a todo— de un par de folletos troskistas para los compañeros del otro lado, y me deja en la cola variopinta de "periodistas japoneses, italianos, gentes de la BBC o «Franco Inter». ¿Qué es aquí lo político?

Nada fácil decirlo. Hacer, en este hormiguero claustrofóbico, abarrotado de gentes cargadas de bolsas de la compra, literatura acerca de la perversidad intrínseca del consumismo, sería cinismo puro. Los cientos de miles de ciudadanos orientales del subterráneo —¡y ahora sí lo recuerdo, «Metrópolis», la subterránea ciudad de los hombres máquina que Fritz Lang soñara!—, esos cientos de miles de rostros, pese a la angostura y los apretujamientos, sonrientes, felices casi, han logrado al fin hoy adquirir parte mínima de todo aquello que les ha sido negado durante exactamente cuarenta años. Para ellos, por muy paradójico que pueda parecernos, consumir ha sido, en estas últimas semanas uno de los muchos modos espontáneos de decir no, de mandar al diablo todos los códigos ascético productivistas del viejo Gran Hermano Honecker.

Consumir no será quizás particularmente revolucionario. Es, por lo menos, elemental. Y, en medio de esta masa, incontrolable pero dócil, de los pasillos del metro de Friedrichstrasse, mientras aguardo el paso de una frontera colapsada, me viene a la memoria que fue Brecht quien mejor ha hablado quizás, en este siglo de lo terrible, de un tiempo en el cual es preciso reivindicar lo más elemental, lo evidente...

«Lo más elemental...». He visitado el cementerio contiguo a lo que fue la casa de Bertold Brecht, en Berlín Este, esta mañana. El paso de frontera era a las ocho mucho más sencillo. Todos iban en sentido contrario. El cementerio de la Friedrichstrasse es mínimo, poco más que un jardín. Desde la ventana de su biblioteca, Brecht hubiera podido ver su tumba. Encuentro imposible. Como inverosimil la relación de hombres solemnísimos de la cultura alemana —de la cultura universal— agrupados por el azar y el tiempo en estos cuatro palmos de terreno: Jacob Burkhardt, Fichte, Hegel, John Heartfield... Es mi Alemania, la única que amo, la de los hermosos fantasmas que dieron a un mundo inútil palabras de comprensión o de consuelo, en su perfección inapreciables...

COLAPSO EN El METRO.- Pero no existe manera de escapar en fantasía a la apertura de la frontera del metro de Friedrichstrasse. He atravesado esta frontera hace diez años. Cuando apenas si unos pocos turistas extranjeros pasaban bajo la mirada escrutadora de los «vopos». Ahora la estructura de control, laberinto minucioso de pequeños compartimentos estancos, hechos para la identificación exhaustiva del viajero, provoca un colapso majestuoso. No es probable que exista ahora frontera menos eficazmente controlada en el mundo que esta que fuera concebida como absolutamente impermeable.

Una vez fuera ya, remonto la Avenida Bajo los Tilos. Mi acompañante del Este se despista bastante, a pesar del plano que lleva encima. Conoce bastante peor que yo una ciudad en la cual ha nacido. Del otro lado del muro, eso sí. Una exclamación de veneración casi, extasiada, al pasar frente al Pergamon Museum, el cual conoce por los libros. Es algo así como haber vivido durante toda la vida en la calle de Alcalá y saber el Museo del Prado más inaccesible y ajeno que el Taj Majal.

     La iglesia de Getsemaní no ha abierto aún su diaria asamblea opositora cuando llegamos. Getsemaní ha sido el núcleo germinal de buena parte de lo que está pasando. Sus locales sirvieron durante años a la configuración lenta de esta oposición política al despotismo estaliniano del gobierno de Honecker, que hoy se ve quizás desbordado por una aceleración y profundización de los acontecimientos, probablemente no prevista por nadie.

GRUPOS CONTRA LA DICTADURA-Cinco son hoy los grupos organizados que vertebran la compleja batalla contra la dictadura tambaleante del Partido Socialista Unificado.

De ellos, el más importante es, de lejos, Nuevo Forum, una organización abierta que puede llegar a articular a unas entre 150 y 200 mil personas, de orígenes sociales y políticos muy diversos, desde cristianos de izquierda hasta ex militares desencantados del Partido.

Democracia Ahora e Inicio Democrático son, en términos generales, muy cercanos a las tesis de NF, aunque su programa queda casi exclusivamente limitado a la exigencia de elecciones libres.

Más a la derecha, el SUP, la sección socialdemócrata de la RDA. Curiosamente, ni siquiera esta última plantea una modificación de la estructura «socialista» del país.

   Al igual que los tres grupos anteriores, se trata más bien de adaptar esa estructura a un sistema de libertades» políticas similar al de los países occidentales. No de un retomo al capitalismo, insisten todos ellos.

También el movimiento germanoriental tiene su corriente izquierdista, que ha ido cobrando peso en las últimas semanas, pese a ser, de todos los grupos citados, el único que permanece aún en una clandestinidad que se adivina, sin embargo, relativamente tolerada. Izquierda Unida, que tendrá su congreso constituyente a partir del próximo día 25 de noviembre, se quiere, casi instintivamente, heredera de esa nueva izquierda histórica del estalinismo. Su apuesta por un comunismo, ahora y en libertad, resulta tan conmovedora como probablemente irrealista.

Una cosa en común, en todo caso. Nadie aquí quiere ni oír hablar de reunificación alemana. Es un tema tabú que sólo desestabilizaría el equilibrio internacional y en nada favorecería al movimiento mismo, repiten. Y sin embargo, no se ve muy bien cómo una apertura de fronteras podría compaginarse con la serie de ficciones económico monetarias del régimen de la RDA. «Es, en todo caso, una dinámica que habrá de desarrollarse por sí sola», me contestan. No tiene sentido planteársela como tesis de estrategia política.

Me viene a la memoria, mientras les oigo hablar, la sesión de la Volkskammer, la Asamblea Popular, órgano parlamentario de la DOR, cuya retransmisión televisiva siguiera desde el Oeste.

El derrumbe moral de algunos delegados, la confesión pública de algo que todos suponíamos, pero que, hasta ahora ningún organismo oficial había osado confirmar: la RDA está en plena bancarrota.

RUINA AMENAZANTE-La imagen de una economía socialista modélicamente eficiente era una farsa. El déficit económico es ya insostenible y sólo una masiva inversión de capital exterior puede salvar la ruina amenazante. El occidente capitalista comprenderá —estoy seguro— muy bien el mensaje.

Me pregunto, mientras escucho las tesis de la aún medio clandestina Izquierda Unida, hasta qué punto ésta comprensión no se acabará saldando al precio de sus cabezas.

La impresión es aún más fuerte al pasar de Getsemaní a la cercana iglesia de Sión. Allí, en el sotanillo anejo al kindergarden parroquial, se reúnen los más jóvenes —también más radicales— de la Gründungsinitiative für sine Grüne Parei, los hermanos menores de los Verdes del otro lado de la frontera.

No puedo evitar, al visitar este sotanillo repleto de fotocopias, carteles, fotos, pintadas, libros..., el recuerdo de las delegaciones de alumnos del clandestino SDEUM del Madrid de finales de los años sesenta. Y la sensación de estar de nuevo —a pesar de la enorme barrera de la edad— entre los míos: los hermosos perdedores.

La edad es allí muy baja y la actividad, caótica y exultante. Todo el mundo habla de las manifestaciones unitarias celebradas en la ciudad de Leipzig. Una ciudad que se ha destacado por sus movilizaciones antes y después de la apertura del muro.

Llegan los primeros rumores sobre la intención del gobierno de Modrow de abrir el paso de la puerta de Brandemburgo —el símbolo material de la unidad alemana— para conmemorar, el jueves
16, el aniversario del partido.

«VOPO» PACIFICO.- Nadie acaba de creérselo mucho pero, tal como van las cosas, nunca se sabe...

Acaba de salir el último número de «Telegraph», el boletín ciclostilado de los ecologistas de Berlín Este. 

En la publicación hay dos platos fuertes: las declaraciones de un «vopo» explicando por qué ha decidido negarse a reprimir a los manifestantes democráticos y un detenido llamamiento a las fuerzas opositoras para evitar un simple deslizamiento hacia posiciones políticas electorales que olvidara la necesidad de una esencial democracia de base...

Nadie sabe, en el fondo qué es lo que va a pasar en este país sacudido entre la esperanza y el recelo. Nadie. Las apuestas han ido ya demasiado lejos. La provisionalidad no puede prolongarse.

De retomo a la frontera, paso de nuevo ante la verja del pequeño cementerio de la Friedrichstrasse. Me vienen a la cabeza, como en un fogonazo, las palabras del Bertolt Brecht cansado y escéptico de los últimos años:

Estoy sentado al borde de la carretera.
El conductor cambia la rueda.
No me gusta el lugar de donde vengo.
No me gusta el lugar hacia el que voy.
¿Por qué contemplo el cambio de rueda 
con impaciencia?(*)


EL MUNDO, Suplemento 7 días. 19 de noviembre de 1989. Págin.1-4.

(*)El cambio de rueda (1953) (Poemas y canciones, trad. J.López Pacheco y V. Romano, Alianza Ed.)

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