viernes, 5 de enero de 2018

José Luis Giménez-Frontín: “Poesía y manipulación de la magia” (Triunfo, 01/01/1972)


POESIA Y MANIPULACION DE LA MAGIA
1.  Hay quienes, al lamentarse del auge de los comportamientos mágicos —uso de amuletos, consulta a los horóscopos—, se preguntan si éstos no serán un sustitutivo en la conciencia de los hombres de la religión «perdida». Según esta teoría, la secularización de las sociedades es la responsable de que el ansia de trascendencia de los hombres, desviada de su cauce natural, se haya arrojado en brazos de esta falsa religión que es la magia.
Antes de recuperar, en la segunda parte de este artículo, el tema de una «cierta» magia como expresión de una «cierta» ansia de trascendencia, debemos observar previamente lo que de equívoco tiene esta postura, señalando, por un lado, que la secularización fue una exigencia histórica del capitalismo y que nunca estuvo en contradicción, sino en íntima relación, con el pensamiento religioso de los hombres de la Reforma, y, por otro, que el sustrato psicológico que condiciona aquellos comportamientos mágicos debe buscarse fundamentalmente en los sentimientos individuales y colectivos de inseguridad. La magia veremos aparece en determinadas estructuras que fueron previamente secularizadas, pero no como consecuencia mecánica de la secularización o simple sustitución de los ritos religiosos a los que la sociedad ha dado la espalda.
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Ya señaló Max Weber cómo la inicial acumulación de capital en la Europa moderna fue posible gracias a la revolución en las conciencias que supuso el pensamiento de Lutero y Calvino. Los valores seculares solo pudieron implantarse en la sociedad gracias a la operación de elevar al rango de «signos», de la salvación del alma, el espíritu de trabajo, la mentalidad de ahorro y, en definitiva, el éxito social. Para los marxistas no fue la Reforma la plataforma ideológica que permitió acabar con las viejas estructuras económicas medievales, sino la consecuencia de este cambio, la adaptación de las conciencias a una moral que daba un sentido a su inmersión en las nuevas circunstancias. Otros autores prefieren hablar de mutuas influencias, señalando cómo el desarrollo del capitalismo fue notablemente más moderado en aquellos países, como Italia, igualmente capacitados para aquel desarrollo, pero que permanecieron fieles a la religión «no reformada».
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Estamos apuntando con ello una de las características fundamentales del hombre contemporáneo: la escisión de su personalidad, su interiorización de todo aquello que no tiene cabida en los procesos de producción. Señalemos también la fuerte estratificación social que ha supuesto la evolución del liberalismo económico —con su moral de que el éxito es posible y sólo es cuestión de esfuerzo personal— hacia formas de capitalismo monopolista, que mantienen la misma moral del éxito en unos momentos en que ésta ha quedado desfasada. Pese a ello, el único índice reconocido socialmente como afirmación de la identidad es el éxito. El éxito, lógicamente, en competencia con el éxito de los demás, fuente de avidez para los que triunfan y de angustia e inseguridad para los que pretenden conseguirlo. Éxito o «prestigio» que se articula en tomo a un trabajo escindido de las restantes relaciones humanas y que tiende a «instrumentalizar» todas las relaciones conforme a sus fines.
Ruego al lector disculpe tantas generalizaciones. Pero era necesario aludir a los procesos de secularización, por un lado, y a la fuente de angustia que representa la contradicción entre las posibilidades de afirmación a través del trabajo y los valores sociales que exigen el triunfo a través del trabajo, por otro, a fin de podemos acercar a la aparente paradoja del auge de la magia en la sociedad industrializada (y secularizada).
En efecto, si algo caracteriza la predisposición a la magia es la angustia, la inseguridad, el deseo de controlar de algún modo una existencia que no depende de nosotros mismos. Ya Fromm resaltó, en 1941, la íntima ligazón entre la aceptación de la ideología nazi y la ilustración personal y de clase de las capas medias de la sociedad alemana. Y es el mismo Fromm quien observó la relación entre la inseguridad neurótica y la mentalidad mágica —nueva versión, esta vez apolítica de irracionalismo—. «Los neuróticos obsesivos —dice—, cuando temen por el resultado de una empresa importante, mientras esperan el resultado, suelen contar las ventanas de las casas o los árboles de la calle. Si el número es par, la persona presiente que todo irá bien: si es impar, es señal de fracaso. A menudo esta indecisión no hace referencia a un instante específico, sino a toda la vida de una persona, y el impulso de buscar «signos» la invade totalmente. A menudo, la conexión entre la acción de contar piedras, hacer solitarios o jugar a tas cartas, por un lado, y la angustia y la duda, por otro, no es consciente. Una persona puede hacer solitarios llevada por una vaga sensación de intranquilidad, y sólo un análisis profundo puede descubrir la fundón agorera de su actividad: revelar el futuro».
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Pero existe algo más que la angustia, existe la manipulación industrial de esta misma angustia. Queden para los países más atrasados las apariciones, los ritos tribales y las hechicerías; los países industrializados, como observó Adorno, sentirán la necesidad de racionalizar la magia, eliminando los aspectos misteriosos y terroríficos de la misma, revistiéndola con una capa de cientifismo y arropándola con un lenguaje casi tecnocrático. Veamos. «El secreto y truco de la astrología —dice Adorno— es únicamente el modo como aúna las esferas de la psicología social y de la astronomía, sin relaciones entre sí y que se manejaban en forma racional aisladamente». El trucaje consiste, ahora, en presentar al consumidor como algo «científico» la influencia astral. Observemos con qué admirable sutileza se mezclan los dos campos aludidos en una publicación alemana de gran venta («Conozca el día a día su horóscopo»), que publica en España Editorial Bruguera: «La orientación, el consejo que usted precisa, se hallan escritos en el idioma sereno de los astros. Como ya se descubrió en tiempos antiguos, el universo es una rotunda unidad en donde lo alto y lo bajo, el cielo y la tierra, el idioma de las estrellas y nuestra vida cotidiana se relacionan íntimamente». Se contrasta, de entrada, la inseguridad (la necesidad de consejo) de los hombres con la «serenidad» (propia de quien da consejo) del lenguaje de los astros. De la observación —nada superficial— de que «el universo es una rotunda unidad» se deduce la dependencia de cada hombre de las fuerzas cósmicas. Además, el horóscopo será redactado por «técnicos», por «especialistas» en lenguaje astral. Pero el horóscopo no es una «adivinación» (lo que sería magia-magia y no magia-científica), es, simplemente, «una guía para la mayor eficacia de su vida y de su conducta». Garantizada así la cualidad de fetiche científico de la astrología, puede pasante seguidamente a la fase de manipulación psicológica.
En este sentido, el estudio realizado por Adorno del horóscopo del diario Los Angeles Times sigue siendo revelador y modélico. Entre otros muchos puntos, observó Adorno: 1) Cómo se liberaba al lector de toda responsabilidad sobre su condición de ciudadano, trabajador o esposo, al depender su suerte de factores sobre los que él, como hombre, no tenía la menor influencia; 2) Cómo se introducía un concepto del trabajo en el que hay que alabar a los «superiores», «desconfiar» de los colaboradores y en el que, de hecho, era más importante «maniobrar hábilmente» que trabajar; 3) Cómo se reducía la categoría de «amigos» a la de «elementos provechosos», pero de los que hay que «desconfiar», y 4) Cómo nunca se afrontaban los conflictos domésticos, que siempre eran «pasajeros», «nubes que empañan momentáneamente» la estabilidad familiar y en los que hay que hacer gala de «persuasión y habilidad».
Es realmente difícil imaginar una manipulación que invite con mayor sutileza a la aceptación de todos los status quo y que aliente con mayor descaro la moral del éxito y a instrumentalización de las relaciones. Manipulación que, en nombre del consejo y la serenidad, acentúa fatalmente la inseguridad de los lectores, al mismo tiempo que justifica su inmovilismo.
Ante la sutileza de la «ciencia astrológica», el lenguaje propagandístico de los talismanes magnéticos es mucho más burdo. Aunque no por ello dejan de tener gran éxito al menos en España. Las cruces magnéticas no aconsejan sobre como es mejor obrar (o maniobrar). Se limitan a infundir o quienes la llevan «fuerza», «dinamismo», «vitalidad» y «energía». Hay cruces para todos los gustos. La más mágica, la de los incas, promete, «para cuando todo falle», nada más y nada menos que la «felicidad». Otra prefiere persuadir proyectando 1a entrañable figura de un marino viajando en su trineo por los hielos polares en busca del mineral magnético. Caso digno de un más detallado estudio es el de la cruz que afirma carecer de «poderes sobrenaturales (mágicos), ni médicos (científicos)»: La cruz se limita a influir «en tu optimismo, regulando sus propios impulsos magnéticos».
2. Hemos visto, hasta ahora, una magia manipulada industrialmente y, además, con pretensiones científicas. Cambiemos de panorama; aludamos a una revalorización de la magia por parte de algunos movimientos juveniles, sobre todo norteamericanos. No se trata ya ni del juego de salón con el que combatían —y combaten— el aburrimiento las élites europeas a la manera de los tuberculosos de Thomas Mann, ni de una manipulación de la angustia, como la estudiada por Adorno. Se trata de una reivindicación cultural que aparece en el seno de la sociedad más desarrollada del globo y que tiene su origen en un rechazo de los valores culturales de aquella misma sociedad.
Un rechazo que, simplificando mucho, podría articularse en las siguientes dos oposiciones: 1) Frente a la moral del éxito, se retoma a una cierta ética epicúrea. Epicuro, que ha sido considerado por una larga serie de autores —desde el mismo Marx a Paul Nizan— como el primer hito histórico del materialismo, representaba, al mismo tiempo, tal como apunta Farrington, una proposición moral que pretendía alcanzar la «felicidad» en el seno de una comunidad «apolítica», basada en la «amistad» y el trabajo «no competitivo». Muchas son, pues, las similitudes entre el modelo de vida en el Jardín epicúreo y el de las comunidades jóvenes norteamericanas. (Quede el tema apuntado, aunque sólo sea para recordar a los más radicales contraculturistas sus lazos con una antigua tradición de Occidente). Y 2.) Frente a la fe en que el progreso científico —y el reinado del racionalismo— podrá dar remedio a los males de la Humanidad se propone una visión mágica de las cosas, una comprensión del Universo en la que el hombre no desempeñe el papel de conquistador, sino el de intérprete.
Aunque la palabra «magia» sea utilizada aquí abiertamente, habrá que ir con cuidado antes de dejarse llevar por reacciones semánticas. Si en vez de «magia» se emplea la palabra «mística», quizá algunos espíritus religiosos quedaran gratamente sorprendidos, y si en vez de «mística» empleamos la expresión «planteamiento poético de la realidad», quizá se despertara el interés de algunos espíritus realistas.
En cualquier caso, hay que tener presente que el campo se presta, de hecho, a todo tipo de regresiones irracionales. La más elemental e inofensiva es aquella que en nombre de la unidad total de todas las cosas retorna, nada más ni nada menos, que a la «ciencia astral». En una publicación reciente, que viene a ser la crónica social e ideológica de los movimientos californianos, podemos leer una entrevista con Chalon Crawford, el astrólogo «oficial» de Berkeley. Cuando se le pregunta: «¿Qué opinas de las predicciones astrológicas del día o de la semana en periódicos y revistas?», responde Crawford las siguientes reveladoras palabras: «No se pueden tener mucho en cuenta, sobre todo, porque además de un signo solar todos tenemos un signo ascendente y un signo lunar». Quede claro, pues, que si Los Angeles Times hubieran tenido en cuenta además de los signos solares, los ascendentes y los lunares, su horóscopo hubiera constituido para nosotros una apreciable ayuda para descubrir lo que tenernos dentro de la cabeza y poder obrar convenientemente...
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Pero existen ciertas formulaciones de lo que deba entenderse por «visión mágica», que sí exige nuestra atención. Una aproximación viene dada por Theodore Roszak. Distingue este autor entre ciencia y lo que él llama «el mito de la conciencia objetiva», que es la que tienen los miembros de una sociedad (tecnocrática) que ha elevado la «ciencia» a la categoría de mito. «Mientras el arte y la literatura de nuestro tiempo —señala— nos dicen cada vez con más desesperación que nuestra era se muere, enferma de alienación, las ciencias, en su incansable búsqueda de objetividad, elevan la alienación a su apoteosis en tanto que su único medio para conseguir una relación válida con la realidad. La consciencia objetiva es vida alienada promovida a su más alto status honorífico en tanto que método científico». El problema estriba en Roszak en que cuando intenta expresar cuál es esta otra visión (no excluyente) que puede constituir una relación válida con la realidad, recurre a la metáfora del chamán. El chamán, ciertamente, es la figura del «interprete» del mundo en relación con su comunidad, pero su figura, aun utilizada metafóricamente, borra de un plumazo el curso de la Historia.
Más preciso se muestra en sus formulaciones Alan Watts, quien no casualmente ha eliminado de su vocabulario la palabra «magia». Para él la «magia» se reduce «tan sólo a una proyección de la imaginación», apuntando, a continuación, las inmensas posibilidades lúdicas del hombre por el mero hecho de tener «imaginación, o mejor dicho, imaginación o poder de irradiar magia». Watts prefiere hablar de «conciencia ecológica» y de relaciones de «materialidad» de los hombres consigo mismo, entre ellas y con el mundo.
La «conciencia ecológica» hace referencia a las relaciones de dependencia existentes entre todos los organismos vivientes entre si y sus medios, de las que el hombre sólo puede ser consciente cuando su mirada rompe la confusión que se ha ido estableciendo entre las cosas (la riqueza, por ejemplo) y los signos con los que las cosas son representadas (el dinero, por ejemplo) y que acaban por ser tomadas por las cosas mismas. Y de esta operación de «salvación del nombre de las cosas» se deduce toda una ética del comportamiento: así, la «conciencia ecológica» se opone no a la ciencia, pero sí a la tecnocracia científica; no al trabajo, pero si al trabajo no creador y competitivo; no al amor, pero si a las instituciones legales familiares.
De ahí la revalorización del arte, en tanto que campo, no autolimitado, que establece otras relaciones con la realidad con ayuda de otros medios (o como recuerda Trías, a través de los mecanismos de similitud que son las metáforas y las metonimias). En definitiva, y pese a todos los excesos a los que pueda dar lugar, esta sospechosa «visión mágica de las cosas» tiene mucho que ver con la poesía. Porque poesía es aquel intento de reordenar y dar un sentido a «toda» la realidad a través de la palabra, o si se prefiere, es magia de la palabra.
En efecto, es posible encontrar un común denominador en toda esta serie de movimientos decididos a vivir al margen de los valores de la sociedad tecnocrática. Tanto quienes acentúan una visión mística del mundo y cantan a un «Dulce Señor» (que nada tiene de cristiano) como los que se definen por su visión natural o material de la vida en el universo están todos de acuerdo en asignar al hombre un papel, no de conquistador, sino de intérprete, o lo que es lo mismo, de poeta. El hecho de que se pretenda recuperar el mundo de la poesía para la realidad cotidiana, rescatándola del «ghetto literario» en el que ha estado relegada durante siglos, es una pretensión sorprendente. Valorar esta pretensión es una operación que cada lector hará en base a su propia valoración del arte, sus fines, sus leyes y su papel en las conciencias y en la historia.
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Muchos temas han quedado sugeridos, pero ninguno ha sido debidamente desarrollado. Estas páginas han pretendido contrastar el hecho de la manifestación de las conciencias a través de métodos «mágicos» en el seno de la sociedad secularizada, con la reivindicación de una visión poética de la realidad como rechazo de los valores imperantes en esta misma sociedad. Ambos temas exigen tratamientos distintos y aquí han sido mezclados, como de hecho son también mezclados cuando se los agrupa bajo el común denominador de «irracionalidades». Me daría por satisfecho con la reivindicación de un tratamiento —y de una valoración— distinto para cada uno por separado.  

José Luis Giménez-Frontín, Triunfo, nº 483 Año XXVI, 01/01/1972, p. 21-23

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