miércoles, 17 de mayo de 2017

Marcos-Ricardo Barnatán entrevista a Gershom G. Scholem (Papeles de Son Armadans, marzo de 1973)



Gershom G. Scholem: Un encuentro con la inteligencia
Pocas veces una ciudad está tan asociada para mí a un hombre como Jerusalén y Gershom G. Scholem. La ciudad milenaria alzada entre el cielo y la tierra, auténtico axis mundi, lugar último y primigenio de mi estirpe vivía ligada a la fantástica imagen de ese mago de la inteligencia llamado Gershom G. Scholem. Había oído su nombre en boca de otro mago, Borges, y más tarde comprobé como el poeta lo utilizaba para rimarlo con Golem. Esa es la primera visión, la superficial, la anecdótica, quizá la nostálgica. La otra visión llegó años más tarde en París, cuando con avidez desgarré nervioso los cuadernillos de «Les grands courants de la mystique juive». Después llegaron los demás «La Kabbale et sa symbologique» y «Les origines de la Kabbale». La maestría del genio me llenó de abrumadora admiración. Las palabras "Zohar" o "Luria" convocaron en mí toda esa enorme herencia espiritual que yo ignoraba y que sin embargo me pertenecía por derecho propio por las dos fuentes primordiales de mi origen: la España del esplendor y la mística judía. Scholem trascendió así sus tratados eruditos y se hizo un personaje relevante de mi mitología particular. Cuando escribí mi primera novela («El laberinto de Sión») en un supremo intento de destruir revelándolos todos los fantasmas de mi adolescencia no pude menos que dedicársela silenciosamente. Él lo supo entonces y me lo agradeció con unas líneas escuetas que predecían un encuentro bajo esos árboles olorosos que dan su sombra al barrio de Rehavia, en la Jerusalén moderna que se mira en las cercanas murallas otomanas. Y el encuentro llegó en los albores de este verano. Scholem trastocado en el profesor Shalom, presidente de la Academia de Ciencias de Israel, me recibió en su piso de catedrático universitario retirado. No muy alto, septuagenario, los ojos azules chispeantes, transforma reserva instantáneamente en cordialidad. Su recuerdo trepa hasta 1919, el año en que se doctora en matemáticas en la universidad de Berna junto al que sería su gran amigo: Walter Benjamin. Acababa la guerra europea y Scholem en una revelación decide dedicar todos sus esfuerzos al estudio de la Kábala. Walter Benjamin le sigue de cerca, se interesa por sus investigaciones guiado por la intuición más que por el conocimiento. «Benjamin —dice Scholem— sólo había leído un libro de un alemán cristiano que era el único libró en lengua alemana interesante que sobre la Kabala existía en ese tiempo». Benjamin inicia entonces una serie de consultas que se continuaran cuando Scholem abandona Alemania para residir en Jerusalén, a mediados de la década del veinte, correspondencia que continuará hasta la mágica muerte de Benjamin en 1940. Parecería que Scholem estudiara y escribiera un poco para Benjamin y así lo testimoniará la dedicatoria del primer gran libro “Les grands courants de la mystique juive». «Yo quería haber dedicado mi libro a Benjamin en vida, pero desafortunadamente se concluyó meses después de su muerte». Las palabras de la dedicatoria son sencillas: «A la memoria de Walter Benjamin (1892-1940). El amigo de toda la vida, en el que el genio estaba unido a la penetración del metafísico, el talento exégeta del crítico y a la erudición del sabio. Muerto en Port-Bou (España) en el camino de la libertad.»
Scholem me insiste con auténtica pasión: «La influencia del misticismo judío está siempre presente en Benjamin, Es el gran telón de fondo de su pensamiento, incluso en la época más marxista. Fíjese, la prueba más evidente es que entre dos textos marxistas yo encontré una página autobiográfica de un gran misticismo y de una gran oscuridad. En un homenaje a Benjamin que se va a publicar pronto en Frankfurt he analizado y explicado ese complicado fragmento que de otra manera se hubiera perdido inexorablemente, ya que es totalmente indescifrable para quienes no tengan las claves precisas. Allí estudio todos los elementos que influyeron en la vida y en la obra de Benjamin, quien siempre se resistió a cualquier tipo de asimilación. Contrariamente a muchos de los intelectuales judíos contemporáneos, tanto franceses como alemanes que se acercaron a la Iglesia por distintas razones. Benjamín, sin embargo, fue siempre hostil a perder su identidad.»
Scholem se muestra interesado en alertarme contra quiénes según él quieren deformar la auténtica imagen de Walter Benjamin para transformarlo en un ortodoxo del marxismo. «No confié nunca de ellos. Benjamín no podía ser nunca un dogmático y mucho menos un político. Dudé también de las traducciones, cuando encuentre algo oscuro en su pensamiento asígnelo a la torpeza del traductor, nunca a Benjamín.» Scholem no dejará de repetirme toda la tarde: «Debería saber Vd. alemán. Qué lástima que no lea el alemán».
Pero balanceando su tesis me dice enseguida: «No interprete Ud. mal. Benjamin no era tampoco un cabalista. Ni siquiera un estudioso avanzado. Nunca aprendió el hebreo. Siempre me prometía, «estudiare el año que viene», pero ese año nunca llegó en la biografía de Benjamin. El sin embargo gustaba bromear acerca de la Kábala. Una vez me vino a ver muy asustado Adorno para preguntarme si era verdad lo que decía Benjamín, que era imposible comprender el primer capítulo de su libro sobre el barroco alemán sin conocer profundamente la Kábala. No era verdad. Yo entendí lo que Benjamín insinuaba, pero no era verdad. Era un juego de Benjamin. Le gustaba jugar con los periodistas y con los amigos. Nada más.». Por fin abandonamos su enorme despacho tapizado de numerosos lomos negros para entrar en una habitación más pequeña, llena de libros, en la que Scholem guarda sus recuerdos más queridos, en ese templete de la nostalgia están los libros originales de Benjamin dedicados con letra menuda al amigo Scholem, allí están las cartas, los papeles de Benjamin, las ediciones múltiples de sus obras en distintas lengua. Scholem muestra religiosamente esos trofeos de amistad que testimonian la enorme admiración que se rindieron mutuamente los dos genios. Quizá Scholem sólo admira a Benjamin. Quizá Benjamin sólo admiró a Scholem.
Marcos-Ricardo Barnatán y Borges (Madrid,1973).
EL FANTASMA DE MEYRINK
El nombre de Meyrink está ligado al de Scholem por medio de ese aprendiz de hombre apodado «el Golem». Meyrink escribió la célebre novela expresionista que unió a su vez sus nombres con el de Jorge Luis Borges. Los tres forman un triángulo cuyas puntas se apoyan en Viena, Jerusalén y Buenos Aires. Un triángulo que es la forma esencial de todo lo que existe, según el Zohar. Triángulo que repetimos en la conversación, pero en el que Scholem se reemplaza por Benjamin en un desacostumbrado arranque de modestia.
Muchos incautos han creído que la novela de Meyrink estaba basada en la leyenda cabalística de Praga y que se ajustaba a las bases de la Kábala tradicional, cuando en realidad se trata de un mero aprovechamiento de una idea mínima que a su vez está deformada. «El Golem» de Meyrink no tiene ningún valor cabalístico. Se trata de una fantasía». Scholem sonríe e insiste: «Desconocía la Kábala. Sólo recogió algo que estaba en el espíritu de la época». Scholem prefiere los cuentos de Meyrink, tanto los que ironizan sobre la burguesía alemana, como los marcadamente fantásticos. «Debería leer esos cuentos Ud. que estudia a Borges. Yo creo notar una atmósfera parecida en los cuentos de Borges, en la imaginación y en el tono, sólo que Meyrink es mucho más humorista.».
De todos los libros de Gustav Meyrink Scholem prefiere una inquietante novela que me recomienda con entusiasmo: «El ángel de la ventana del oeste». Me dice: «Es un gran libro. Una novela mística grande. Yo la he recomendado siempre como la gran obra de Meyrink. Sin embargo en uno de mis últimos viajes a Alemania sufrí un gran golpe. Un profesor de literatura me demostró con los documentos necesarios que la novela que yo tanto estimo no fue escrita por Gustav Meyrink sino por un erudito escritor alemán que llegó a un acuerdo con Meyrink años antes de su muerte. Parece que Meyrink ya estaba enfermo y tenía la idea de esa novela, pero no las fuerzas para escribirla. Un místico alemán de gran erudición la escribió para Meyrink con la condición de cobrarla él. Meyrink era famoso. La novela fue un gran éxito y Meyrink murió al poco tiempo
LA SOMBRA DE BORGES
Y el triángulo comienza a cerrarse. Scholem se detiene en Borges. La primera vez que leyó a Borges fue por mediación de Roger Caillois, el primer traductor de Borges al francés: «Me mostró un poema que él había traducido y donde Borges me citaba. Me pareció curioso verme citado en el poema, y me pregunté con cierta ironía si Borges na me citó nada más que porque mi nombre rima con Golem». Después conoció las versiones francesas, inglesas y alemanas de la obra del gran escritor argentino. «Su literatura es apasionante.», dice definitivo. Scholem gusta ser lapidario cuando algo le desagrada. Del «Lamento de Portnoy» le pidieron su opinión y el escribió una sola palabra: «Repugnante».
Quiero conocer la opinión del especialista sobre la auténtica influencia de la Kábala en la obra narrativa de Borges. Scholem vuelve a sonreír y comienza a hablar con sinceridad: «Creo que las primeras influencias cabalísticas de Borges no eran muy serias. Él debe haber leído a los ocultistas franceses e ingleses del tipo de Papus. Además claro está de la atmósfera del Golem. Su literatura utiliza elementos cabalísticos pero gran parte de esa literatura estaba ya escrita antes de leerme a mí. A mí me leyó más tarde, cuando casi toda su obra estaba ya escrita. El poema «El Golem» está fechado en 1958 y los cuentos de «El Aleph» y «Ficciones» se publican entre 1940 y 1950.» Le recuerdo que su artículo «Una vindicación de la Cábala», incorporado a «Discusión» está fechado en 1931, y la ya vasta erudición de Borges ignora entonces el nombre de Scholem que ya se dedicaba a desvelar misterios desde hacía doce años. Scholem comienza a recordar los viajes de Borges a Israel, las dos visitas que realizó a su casa. «Estuvo aquí mismo dos veces. La última vez casi totalmente ciego. Es un hombre extraño, una extraña mezcla de naif y sofisticado.» La sombra de Borges está presente en la habitación.
La palabra de Scholem prosigue su murmullo. Olvida una palabra francesa, se levanta y busca en el diccionario con minuciosidad. Vuelve. Saca libros de una estantería, sus libros traducidos al francés, al inglés, al italiano, al alemán o al hebreo (según la lengua original), y hasta una versión japonesa. Me regala un par de libros. La noche del viernes huele a jazmín en Rehavia.

MARCOS R. BARNATÁN
Papeles de Son Armadans (Los días sobre la tierra),
Madrid - Palma de Mallorca, Marzo, MCMLXXIII, Año XVII
Tomo LXVIII. Núm. CCIV, pp. XXXVIII-XLV.

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