domingo, 9 de abril de 2017

Entrevista en "Salina" a Ángel Crespo (5/5/1990)


P.- ¿Qué motivaciones le llevaron a elegir el camino de la literatura?

R.- Le responderé a los dos sentidos que podría tener esta pregunta. En primer lugar, el de la literatura es un camino que no se elige. Uno se encuentra metido en él sin saber cómo ni por qué lo ha tomado y, a pesar de ello, le parece que transitarlo es lo más natural del mundo. Es más, ni siquiera me he planteado la posibilidad de no ser escritor, aunque sí me haya planteado la de ser también otras cosas. Ya sea el Destino o el Azar -y éste podría ser una divinidad superior al primero- quien presida o dirija el acontecer, no me cabe duda de que uno de ellos decidió o dispuso que el otro decidiera, no que yo fuese forzosamente escritor, sino que la escritura, y muy especialmente la poética, fuese mi única manera de realizarme y, al mismo tiempo, de no incrementar la inevitable entropía espiritual del acontecer general. En segundo lugar, es cierto que hubo un momento en mi vida, a mediados de los años 60, en el que, después de haber escrito mucho, decidí organizarla de manera que me distrajese lo menos posible de mi vocación poética. Para conseguirlo, hube de renunciar –y no me resultó difícil hacerlo- a tantas cosas socialmente apreciadas, que muchas de las personas que me trataban, incluidos entre ellas algunos escritores, llegaron a sospechar que había perdido el juicio.

P.- ¿Cuándo empezó a sentirse poeta?

R.- A mis catorce o quince años ya me sabía poeta pero ignoraba por qué lo era. Ahora comprendo que aquella convicción se debía a que estaba empezando a sentir vagamente que mi visión y mi sentimiento del mundo dependían en mayor medida de las palabras de los poetas que de las palabras de la tribu. Le diré, para resumir, que me sentía más inmerso física y espiritualmente en la realidad, más parte de su apariencia y de su misterio y, en consecuencia, más estimulado intelectualmente por ella con la manera como la representaban los mitos que con las explicaciones que acerca de ella me transmitían el sentido común y los libros de texto que con tanto interés estaba estudiando. Es muy posible que ello me sucediese porque las divinidades de los mitos helénicos, que tuve la suerte de empezar a leer muy pronto en sus versiones originales y en las romanas, eran de manera maravillosamente simultánea inteligencia e instinto, materia y espíritu, humanidad y divinidad, pasado y presente -o, cuando menos así las veía yo- y esta naturaleza de los dioses me producía la ilusión de que gracias a ellos podría superar las contradicciones que veía despertarse en mi interior.

Sentí entonces sin formulármelo- pero estoy convencido de lo que sentí- que la poesía, es decir, el lenguaje de los mitos, era también el lenguaje de los dioses. Más tarde comprendí que la poesía, sin negar a los demás medios de conocimiento, es superior a ellos porque todos dependen del lenguaje y la palabra poética es la que lleva más lejos sus posibilidades y, en consecuencia, las de nuestro perfeccionamiento intelectual y sensitivo, porque sin lenguaje tal vez puedan existir los instintos pero es imposible que haya lo que llamamos conciencia.

P.- ¿Qué interés siente hoy por los mitos? ¿Se considera un creador de mitos?

R.- Ya le he dicho algo sobre este asunto. Puedo añadirle que los grandes mitos son para nuestro subconsciente colectivo algo muy semejante a lo que son los sueños para nuestro subconsciente individual. Los mitos son símbolos de lo permanente, mientras los sueños suelen ser adaptaciones de la materia mítica -y no necesariamente de uno u otro mito determinado- a lo circunstancial que simbolizan. Podría decirse que son avisos, enseñanzas, estímulos procedentes de los dioses, si por dioses entendemos las resultantes trascendentes de un acontecer que escapa al análisis de la razón. Y también si se los entiende de otras maneras no reducibles a los patrones del pensamiento materialista.

No estoy muy seguro de si soy o no creador de mitos. Sí creo serlo, en cambio, de seres mitológicos entre los que se cuentan los animales mágicos de las primeras etapas de mi poesía y los dioses, casi todos sin nombre porque todavía no me lo han revelado, de las posteriores. Lo que sucede con los posibles mitos de mi poesía es que no son narrativos como los de antaño o lo son escasamente debido a que mi formación poética se produjo en un tiempo en que la poesía era muy refractaria a la narración.

Creo, no obstante, que mis mitos líricos -si así queremos llamarles- cumplen, a final de cuentas, la misma función que los épicos y, en consecuencia, puede que sean verdaderos mitos.


P.- ¿Le ayudan sus dioses a escribir? ¿Cuántos tiene?

R.- Me ayudan en el sentido a que acabo de referirme. Maimónides llamaba ángeles a los dioses y decía que nuestra imaginación es un ángel y nuestro intelecto es un querubín. ¿Qué duda puede caberme de la ayuda que me prestan estos dioses? Pero hay otros muchos -tengo, pues, muchos dioses, que son las diferentes manifestaciones de la unidad que a todo lo trasciende- y algunos de ellos son muy esquivos. Pero todos ayudan: unas veces a escribir, otras veces a no hacerlo, y lo más prudente en ambos casos es aceptar su ayuda.

P.- ¿Cuál es el valor de la naturaleza como inspiradora de su creación?

R.- Si entendemos por naturaleza los aspectos de la realidad directamente experimentables por nuestros sentidos corporales y por universo la suma de la naturaleza y de lo que somos capaces de pensar deductivamente y de intuir acerca de esa misma realidad, debo responderle que la naturaleza me sirve de punto de partida para tratar de conocer, hasta el límite de mis posibilidades, el todo en cuanto unidad de lo que es y de lo que no es. (Sí: lo que no es no es más ni menos misterioso que lo que es, y nos sirve, cuando menos, para que podamos tener la ilusión del ser. Con lo que creo que existe no puedo entender a lo que no existe pero necesito la idea de lo que no existe para intuir la existencia, no para limitarme a pensarla.) Volviendo a la naturaleza, le diré que la considero como la parte más directamente accesible de la realidad única, su exterioridad, y que para tratar de llegar a su interior, al de la realidad única, hay que amar también a esa manifestación suya. La naturaleza en cuanto manifestación es un símbolo y, como todos los símbolos, tiene un aspecto no enigmático -pero tampoco fácil de comprender- y otro radicalmente enigmático sólo abordable mediante la visión poética. Esta complejidad –que no dualidad- es la que la hace inefablemente bella. Toda la naturaleza -hasta la mineral- es vida, y de lo poco que he querido decir acerca de ella se informan, cuando menos tres enigmas: ¿qué es ser?, ¿qué es vida?, ¿por qué el ser se nos manifiesta cómo vida? No creo que haya tres preguntas más decididamente poéticas que éstas, aunque también se las pueda enfocar filosóficamente, es decir, desde el punto de vista del razonamiento. Lo que sucede es que la expresión poética de los sentimientos que suscitan estas cuestiones completa -juntamente con las posibles respuestas de la filosofía- la imagen verbal de nuestra conciencia.

P.- ¿Busca temas elevados o magnificar lo común?

R.- Lo común no son los temas ni las cosas sino la opinión que suele tenerse de unos y de otras. Todo es, por el hecho de existir, enigmático y maravilloso, belleza trascendente. Lo que es común o elevado es la manera de relacionarse con ello.

P.- ¿Es por eso por lo que dice en uno de sus aforismos que "La fealdad es un defecto de la contemplación y no de lo contemplado"?

R.- Precisamente por eso.

P.- ¿Cree Ángel Crespo en la inmortalidad? ¿Y en su inmortalidad?

R.- La pregunta que acaba de hacerme no puede ser contestada positiva ni negativamente valiéndose de la razón, y supongo que usted lo sabe. Es tal vez la gran cuestión, la que determina más nuestras actitudes y nuestra conducta. En todo caso, puesto que, nos hayamos o no planteado la cuestión y hayamos o no reflexionado sobre ella, unos nos comportamos como si creyésemos en la inmortalidad y otros como si no creyésemos en ella. Ahora bien, como es inevitable tener una opinión -que puede convertirse o no en creencia- sobre tan decisivo asunto, yo he llegado a formarme la mía a través de la poesía en su vertiente mitológica. ¿Recuerda el pasaje de la Odisea donde Ulises evoca a los muertos? Parece ser que los griegos creían que, después de la muerte, las almas se iban extinguiendo poco a poco en el Hades. Pero había una excepción, la de aquellos que se habían propiciado a los dioses hasta el extremo de que les concediesen una inmortalidad que les hacía semejantes a ellos. San Pablo se sirvió de esta creencia -y de los temores y esperanzas que suscitaba- cuando les dijo a sus seguidores que su buena conducta haría que, tras su muerte, fuesen como dioses. Qué fue la inmortalidad para los mitógrafos -si es que fue lo mismo para todos ellos, cosa que dudo- y qué fue para San Pablo es otra cuestión. Pero ahí está la creencia. Y, puesto que de creencias se trata, voy a ponerle un ejemplo casi contemporáneo. Victor Hugo tenía tal fe en su inmortalidad -y no sólo en la literaria- que cuando alguien le aseguraba que todo termina para el alma después de la muerte, solía responder: "Puede que eso le suceda a la suya pero yo sé que la mía es eterna." Me parece una estupenda respuesta de aquel gran creador de mitos.


P.- ¿Hay en su vida diaria momentos en que se evade de la realidad porque busca o ha encontrado una idea o una palabra?

R.- Hay muchos momentos en mi vida en los que una idea y una o más palabras –puesto que ideas y palabras son imposibles de separar- hacen que deje de preocuparme de las inevitables y equilibradoras rutinas de la vida diaria, pero no lo hago para evadirme de la realidad, sino para tratar de profundizar en ella, de captar uno más de sus aspectos, pues en eso consiste -entre otras- la función más obvia de mi poesía; la más obvia, cuando menos, para mí.

P.- ¿Le es indiferente su estado de ánimo para sentarse a escribir? ¿Qué siente al hacerlo?

R.- Sólo escribo poesía cuando siento la imperiosa, y muchas veces turbadora, necesidad de hacerlo, y ello hasta el extremo de que lo evito siempre que puedo por temor a precipitarme, a no haber madurado suficientemente un poema que desconozco siempre - incluso cuando creo llegado el momento oportuno para escribirlo- cómo va a ser. Cuando traduzco, sólo necesito tener un estado de ánimo sereno, para no dificultar con uno que no lo sea de la necesaria captación del estado de ánimo que indujo a su autor a hacer el poema que voy a traducir.

Cuando hago crítica o ensayo, procuro que mis estados de ánimo no influyan decisivamente en mi escritura, y el sentimiento de este deber me ayuda, sea cual quiera el que tenga, a conseguir la necesaria serenidad.

P.- En su poema "Microcaricaturas francesas" se menciona con qué escribieron una serie de poetas franceses. ¿Con qué escribe Ángel Crespo?

R,- Mi mujer dice que con un espejo. Yo querría escribir con un rayo de luz, sobre un espejo.

P.- ¿Cuáles son las corrientes o los autores que usted considera que han podido ejercer mayor influencia en su obra?

R.- Todos los que he leído han ejercido una influencia mayor o menor en ella; unos, porque me atrae su estilo o su mundo; otros, porque procuro hacer lo contrario que ellos. De entre los primeros, creo que los clásicos latinos han influido en mi deseo de orden y proporción en la composición del poema; los medievales, por su capacidad de poetizarlo todo; los clásicos españoles me han estimulado a aprovechar todos los recursos de mi lengua hasta el límite de lo imposible pero sin desnaturalizarla; los simbolistas por su sentido del ritmo - para mí esencial- y por su visión de la naturaleza como un lenguaje que, de ser bien interpretado, puede dar acceso a la realidad trascendental; los orientales, con su capacidad de contemplación; los surrealistas, con su liberación de las imágenes. Que yo haya sabido o no aprovechar estas lecciones es otra cuestión,

P.- ¿Qué opinión tiene del culturalismo? ¿Se siente enmarcado dentro de esa tendencia?

R.- Tengo, no la opinión, sino la certeza de que lo que se ha llamado culturalismo hace unos años como si de algo enteramente nuevo se tratase no es verdaderamente ninguna novedad. Por no remontarme a un pasado muy lejano, y sin tratar de agotar los posibles ejemplos, me limitaré a recordar los monólogos puestos por Browning en boca de varias figuras históricas; los poemas en que Núñez de Arce hace hablar a Dante y a Lord Byron; las constantes referencias a la cultura clásica hechas por nuestros modernistas, entre cuyos antecedentes se encuentran los poemas sobre asuntos semejantes de Leconte de Lisie y de José-María de Heredia; ya más cerca de nosotros, ciertos poemas de Manuel Machado y los Cantos de Ezra Pound, y más cerca aún, A la pintura de Alberti... En las obras de todos estos poetas, la cultura es muchas veces, tanto como un fondo de conocimientos, el objeto de su inspiración. Escriben sobre un hecho cultural -un personaje, un acontecimiento, una obra del pasado -como se escribe sobre el amor, sobre la naturaleza o sobre la muerte. Lo que explica hasta cierto punto, siempre que no se incurra en exageraciones, el que se hable del culturalismo que sucedió a nuestra poesía de posguerra como de algo en determinada medida original es que significó, en la evolución de nuestras letras, una reacción frente a la despreocupación cultural de la poesía social y en contra de las corrientes anticulturales, importadas del mundo anglosajón, que no sólo se manifestaron y siguen manifestándose en la poesía, sino también en la literatura en general, en la música, en el cine y en las artes plásticas.

Son varios los críticos y estudiosos que, en el panorama de la poesía última, consideran que me adelanté unos años a esa corriente con poemas como "Oda a los faraones de Egipto", publicada en 1956, con el poema "Júpiter", aparecido en 1959, con algunas de las Cartas desde un pozo, que se editaron en libro en 1964, aunque varias de ellas habían salido antes en revistas, y sobre todo, y de una manera más programática –por así decirlo- con Docena florentina, de 1966. A estos poemas añaden los muchos semejantes a ellos que he publicado antes y después de que se generalizase la tendencia.

Claro es que yo he tratado siempre, y procurando no sacar a las cosas de su contexto, de actualizar la tradición cultural en cuanto vivencia personal, de hacerla contemporánea por medio de la poesía; no me he limitado nunca -al menos conscientemente- al rasgo erudito ni creo haber incurrido en el decadentismo consistente en admirar al pasado sólo porque es pasado, o de justificarlo sin admirarlo, por la misma razón.

En resumen creo que el culturalismo no ha sido más que una moda y, como mi poesía es un modo, no creo que debamos detenernos más en el asunto.


P.- Parece ser que en su poesía, el ritmo es un elemento esencial. ¿Qué importancia tiene dentro del conjunto de significados poéticos que se extraen del poema?

R.- Se trata de una cuestión sobre la que ya he dicho algo y, como sigo pensando lo mismo, voy a repetirlo ahora:

"Si en mi poesía procuro siempre el ritmo -y no necesariamente el de las formas codificadas- es porque creo que la naturaleza, en su nivel más profundo y creador, es ritmo, una serie de ritmos acordados, y por eso debe tener cada poema uno que no sólo trate de acordarse exteriormente con la materia poética -cosa que sabían hacer muy bien, al disponer los pies de sus versos, los poetas griegos y latinos-, sino que también ayude a penetrar más profundamente en ella (...) el ritmo, el cómputo silábico, la caída de los acentos, la aliteración, la rima, la paranomasia, son vehículo -vehículos- de una magia que no es otra cosa que el propósito de que nuestro ritmo personal, nuestro ritmo vital, espiritual, de pensamiento, se contagie del de esa realidad trascendente que está dentro, y no fuera, del mundo.

Un espectador entrenado en la observación atenta y sostenida advierte que todo es ritmo, todo son analogías, todo es, además, dialéctica. Y esto último es, a mi juicio, muy importante porque el lenguaje del poeta tiende a ser libre para poder avanzar y profundizar, y la dialéctica nace del freno que le pone el ritmo para que no avance ni profundice desordenadamente."

P.- "Antes de escribir hay que aprender a no hacerlo", dice uno de sus aforismos. ¿Cómo se aprende a no escribir?

R.- Procurando conocer y admitir las propias limitaciones con el propósito de superarlas en la medida de lo posible para poder escribir luego, cuando uno crea haberlas superado: no cuando las haya olvidado.

P.- "Si sabes perfectamente lo que estás diciendo, no continúes tu poema: rómpelo." ¿Qué es lo que debe quedar en la ignorancia para que el poema pueda salvarse?

R.- No se trata de hacer que algo quede en la ignorancia, porque ésta se nos da siempre por añadidura; de lo que se trata es de no repetir, de no decir lo que ya se sabe porque ya ha sido dicho por uno mismo o por los demás, ni tampoco de lo que uno sabe aunque no lo haya dicho (esto puede reservárselo, si cree importante decirlo, para un escrito no poético) porque la poesía debe, en mi opinión, partir siempre de una pregunta, de un maravillarse, de un temor a lo sagrado que hay en todo y que, por el hecho de ser temor, no deja de ver claro ni, en consecuencia, saber a la perfección.

P.- ¿Le han sorprendido muchas veces lecturas e interpretaciones que se han hecho de sus poesías o de sus obras poéticas?

R.- Las que son consecuencia del desconocimiento, nunca, porque lo natural es que éste se salga por los cerros de Úbeda. Las que son producto del conocimiento, sólo algunas veces y durante poco tiempo, porque sé que toda poesía es un ser que está en relación con el resto de los seres, de los objetos de conocimiento, y que su interpretación –aunque siempre tenga cada poesía un invariable sentido vectorial depende de con cuáles de ellos se la relacione. El crítico y el lector pueden considerar al leerla alguno o algunos de los que yo no tuve en cuenta al escribirla. Cuando caigo en la cuenta de esto, desaparece mi sorpresa, pero no cierta turbadora admiración.

P.- Cuando el poeta crea el poema, ¿piensa en el trabajo del crítico?

R.- En mi caso, no, y ello me parece natural, entre otras cosas, porque hay muchos críticos con diferentes puntos de vista y, sobre todo, porque no hay que poner a la expresión otras cortapisas que las que ella misma entraña. Lo que no me parece tan natural es que haya críticos que no piensan en el trabajo del poeta tanto, por lo menos, como en el suyo.

P.- ¿Dedica sus ratos de ocio a alguna otra actividad, "hobby" o pasatiempo ajeno a la literatura?

R.- Además de la música y las artes plásticas, ocupa gran parte de mi tiempo libre el amor al mundo vegetal. Salgo al campo para contemplar las plantas, tanto los grandes árboles como las hierbas, llenos de maravillosos secretos de belleza rítmica que procuro aprender. A veces, me propongo dar un largo paseo y no avanzo más que unos cientos de metros –si es que llego a tanto- debido a lo mucho que descubro a mis pies, a mi altura o por encima de mí. En mi casa, siempre tengo plantas. Me gusta tener cuantas especies puedo de un mismo género porque me maravilla la variedad de formas engendradas por una estructura vegetal determinada, la que caracteriza al género. Ahora estoy haciendo una colección de las llamadas grasas o suculentas, cuya forma sugiere a las representaciones radiales de las estrellas.

P.- ¿Se puede vivir de la literatura? ¿Y para la literatura?

R.- Es evidente que hay escritores que viven de la literatura. No creo, en cambio que ninguno viva de la poesía, sólo de ella. Para la literatura, y en especial para la poesía, viven más de los que suele creerse y su ejemplaridad no suele ser reconocida ni, cuando se la reconoce, suficientemente agradecida.

P.- ¿Ha llegado a conquistar la serenidad?

R.- Si conquistar la serenidad consiste en admitir sin amargura nuestras limitaciones y las ajenas y en no sentirse orgulloso, aunque sí moderadamente satisfecho, de los buenos juicios que merecemos a los demás (y siempre que uno de los componentes de esa satisfacción sea cierto grado de incredulidad), debo decir sinceramente que sí.

P.- ¿Cómo le gustaría que le recordase la historia

R,- Como a una persona que fue consecuente con sus convicciones y nunca se creyó que era más, en ningún sentido, de lo que en realidad fue.

P.- ¿Con qué frase le gustaría concluir esta entrevista.

R.- Con la que empieza mi poema "Juego de azar" de El aire es de los dioses.

No escribo una palabra en la que no
me juegue cuanto tengo y cuanto espero querer tener


Col.lectiu Salina, Salina. Revista de Lletres, nº 5,
Tarragona, 5 de mayo de 1990, pp. 35-39.

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