miércoles, 12 de abril de 2017

Diez poetas hablan sobre el "Barrio Chino" de Barcelona (Destino, 27/5/1950)


COLOQUIOS: EN TORNO A LA POESÍA DEL BARRIO CHINO

LA «Antología poética del Barrio Chino» no podía escapar a lo que parece ser regla de todas las antologías: la controversia y la polémica. Una vez más se ha repetido aquello de no son todos los que están ni están todos los que son. Seguramente con la intención de aclarar posiciones, el poeta Sebastián Sánchez Juan, íntimo,muy íntimo amigo de Abel Iniesta, el antologista, convocó la otra noche en un bar de la calle de Guardia a un grupo de escritores susceptibles de interesarse por el Barrio Chino desde el punto de vista poético.
Era de noche y llovía, como en las novelas malas. Y cuando yo, bajo el paraguas, me dirigía al lugar de la cita, preguntábame: « ¿Es que existe todavía el Barrio Chino?» Cinco minutos después Ángel Marsá me comunicaba la misma reflexión. «Vuelvo esta noche — me dijo — a poner los pies en el Barrio Chino tras pasarme veinticinco años totalmente alejado de él. La convocatoria de Sánchez Juan me ha rejuvenecido» Por lo visto esta fue la primera virtud de este encuentro: quitarnos años de encima. Sebastián Gasch llegó al bar más contento que chico con zapatos nuevos. Carlos Sindreu, el a vanguardista metido a anticuario, recordó a nuestro crítico de cine y «music-hall» los días ya lejanos en que peregrinaban por el barrio acompañando a Federico García Lorca. Otro «revenant», el poeta Juan Alsamora, que hizo la bohemia en un estudio de la calle Nueva. En cambio, el poeta Miguel Saperas nos confesó a todos de buenas a primeras que no conocía absolutamente nada del Barrio Chino, por lo que su opinión tendría mucho más valor. Le dimos la razón. Para que todas las promociones poéticas estuvieran representadas, se presentó el joven Julio Garcés, que debe ser hasta la fecha el más reciente adepto de la leyenda poética del Barrio Chino.
Daban las once, hora de la cita, y puntualmente compareció Sánchez Juan. Le acompañaba otro poeta. Ricardo Permanyer, cuya atildada figura de galán maduro habría cubierto, de ser necesario, con un aire de respetabilidad nuestra conferencia dedicada a un tema algo «sui generis». La entrada de Sánchez Juan incorporó a la tertulia a dos poetas que se desprendieron con toda naturalidad del ambiente: Enrique Nieto de Molina y A. Molina Manchón. «Dos cigarras del barrio», no recuerdo quien dijo. La camarera del bar, con un pitillo en la mano izquierda, ‘aprovechó tener la diestra libre para servimos con ella café, excelente café, a todos, menos a Garcés, que dijo que llevaba cuarenta y ocho horas tomando vermut y no era cosa de quebrantar costumbre ya tan arraigada.
Y se abrió la sesión. Con un academicismo que los desconocedores del «milieu» juzgarán impropio de un bar de la calle de Guardia. Pero nosotros, forasteros, estábamos cohibidos por el ambiente de formalidad, por el aire comedido que respiraba la casa. No quisimos desentonar.
Sebastiá Sánchez-Juan
Sánchez Juan.—Atención, que voy a pontificar. (Todos le pedimos que pontifique.) Por necesidad profesional tuve que venir al Barrio Chino todos los días por allá los años 28 y 29. Desde 1919 vengo visitando con frecuencia este barrio. En todos mis libros existen huellas de mi contemplación a lo largo y a lo ancho de este arrabal de Barcelona. Tales precedentes me consagran turista del Barrio Chino, al que habla hurtado más pasos voluntarios cuando era, el barrio que nos ocupa, sede de todas las licencias; pero después de nuestra guerra, habiéndose refugiado en otras latitudes de nuestra ciudad la vida nocturna y quedando aquí sólo la miseria, ahora vengo aquí alguna vez a sorprender un hermoso mundo de ideas de sinceridad, de espontaneidad, de sencillez y hasta de delicadeza.  Me atrae aquí una ansia irreprimible de superación del dolor por asimilación ascética y transfiguración estética Yo siempre he tenido una debilidad ante la vida que se inmerge en la muerte: lo caído, con su resto de aliento, lo ruinoso, con sus flores; lo falto de naturalidad por exceso de naturaleza, lo quebrantado que aún sonríe, lo bondadoso sin guantes, lo excepcional anónimo. Y todo esto lo encuentro aquí, donde en la calle sin meterme con nadie, soy uno más al que piden perdón si le rozan involuntariamente.
(Sánchez Juan toma aliento y prosigue.)
El Barrio Chino no podía dejar de ser objeto de una antología con la que inspiré a Abel Iniesta. La «Antología poética del Barrio Chino» tiene sus defectos, que el antologista y yo somos los primeros en lamentar. Pero tampoco me cansaré de proclamar que la «Antología» de Abel Iniesta tiene un mérito sobre los méritos actuales y posibles en libro alguno de semejante naturaleza: el espíritu cosmopolita y universal que le da vida. Allí no se escamotea ninguna nota, ningún aspecto, ninguna forma de expresión. Esto que molesta a los excesivamente depurados, es una lección que de aplicarse a otros órdenes de cosas, resultaría salvadora en un mundo y en una época de exclusiva más raquíticos y mezquinos. Esta lección de Abel Iniesta es la verdadera lección del Barrio Chino.
Ángel Marsá. —No estoy de acuerdo en esto de que antes en el Barrio Chino privaba el vicio por el vicio. Aquí el vicio surgía por necesidad. Del mismo modo protesto de que los poetas vengan aquí como turistas, cuando su misión, en contacto con este barrio, es la de ángeles de la caridad.
RicardoPermanyer. — Yo opino que en el Barrio Chino no existe el vicio. Acaso encontraríamos aquí los más típicos ejemplos de aquella teoría orsiana del hombre que trabaja y que juega.
Sánchez Juan. — Esto es de Schiller, y Ors lo «fusiló».
Marsá. — ¿No creéis vosotros que esta reunión es en realidad los funerales del Barrio Chino?
Sebastián Gasch (acometedor). — ¡Ya lo creo! El barrio actual es un «ersatz» de Barrio Chino.
La palabra «ersatz» tiene cierto éxito. El fantasma del Barrio Chino original ronda por nuestro pensamiento, y todos nos dirigimos naturalmente a Marsá, sobreviviente de la buena época, para que nos ilustre. Marsá, tras hacer protestas de ser la actualidad clase pasiva del Barrio Chino, tras patentizar su ya añeja condición de vecino típico del Ensanche, toma la palabra.)
Ángel Marsá a los 26 años
Marsá. — Esa denominación de Barrio Chino es relativamente reciente. En mi juventud, a quienes nos inspirábamos en temas de este sector ciudadano se nos llamaba «escritores de distrito quinto». Y aprovecharé la oportunidad para sentar un hecho que a veces he visto erróneamente transcrito. La paternidad de la denominación «Barrio Chino» corresponde a un escritor extraordinario, a un hombre absurdo y originalísimo, que pasó su vida dedicado a trabajos de estos que se califican, editorialmente, de «matufia». Nuestro hombre se llamaba Miguel Toledano, y solía firmar con el seudónimo Manuel Gil de Oto. Entre los muchos libros que Toledano publicó, impresos la mayor parte en imprentas de estas calles, figura una feroz diatriba contra los americanos. La obra, escrita en 1924 al regreso de un viaje de su autor a los Estados Unidos, se titulaba «Los enemigos de América». En su capítulo final, epigrafiado «Chinatown», Toledano describía con un intenso colorido el Barrio Chino de una capital yanqui. Poco después, y también de las prensas de este barrio, día un periódico titulado «El Escándalo», que por su compaginación sus temas escandalizó realmente al periodismo local. En uno de sus primeros números publiqué yo un reportaje acerca de una academia de ladrones que funcionaba en el sótano de la casa de dormir «La Mina» de la calle del Cid. Y al hablar de los Parajes del distrito quinto, donde tenían asiento tales cosas, se me ocurrió llamarlos «el Barrio Chino», usando en el libro de Toledano.  La denominación conoció una fortuna que yo estaba muy lejos de imaginar. Inmediatamente, creo que en junio de 1926, Francisco Madrid, en libro titulado «Sangre en Atarazanas», amparó del apodo, que no tardó en ser adoptado por toda la ciudad. ¡Que digo por toda la ciudad! Por todo el país y por el extranjero.
(Puntualizado el hecho histórico, Marsá cala en la idiosincrasia del barrio.)
El distrito quinto ha sido, por antonomasia, una barriada obrera. La historia de las luchas sociales, historia del sindicalismo, están vinculadas a este barrio. Aquí han tenido siempre su domicilio el obrero portuario y el peón del ramo de la construcción. Al obrero dedicado a chapuzas siempre ha sido preciso venir a buscarle en el distrito quinto. Aquí la mala gente ha convivido siempre con las personas honradas. Por esto me parece impropio, a la hora de destacar figuras representativas del barrio, poner en el acento en la mala gente, cuando el distrito he dado personajes angélicos, verdaderos apóstoles de la caridad. Concretamente, la parroquia de Santa Mónica tuvo un ecónomo, mosén Ángel Carbonell, que fue ángel de nombre y de hechos. Su espíritu evangélico, acreditado en la práctica, fue auténtico paño de lágrimas para la humanidad doliente que poblaba estas calles. Con la circunstancia de que en mosén Carbonell el talento estaba a la par del corazón. Publicó sobre los años 27 o 28 un libro. «El colectivismo y la Iglesia católica», que ha sido desgraciadamente poco leído y divulgado, pues pocas veces se han dicho, como se dicen en él, tan atinadas cosas acerca del mayor problema del mundo moderno. Esta noche, en que nos hemos reunido escritores interesados por el Barrio Chino, dejadme traer a primer plano la figura de quien fue ángel tutelar del distrito quinto.
(La evocación de Marsá intercala unos segundos de enternecido silencio en la reunión. Hasta que el orador concluye.)
El Barrio Chino debe de inspiramos antes que nada un sentimiento de piedad. Sin piedad no puede haber poesía del Barrio Chino.
Juan Alsamora. — Voy a hablar también en calidad de veterano del distrito quinto. Aquí vine muy a menudo en mi primera juventud y en la fragua del barrio pergeñe mis primeras crónicas periodísticas. Para completar el panorama tan bien esbozado por Marsá, conviene señalar el papel que ha jugado el Barrio Chino antes de llamarse Barrio Chino, en la aurora de las modernas inquietudes artísticas barcelonesas. Compañeros míos de bohemia en las talleres, estudios los llaman ahora, del distrito quinto fueron el pintor Serra, el escultor Viladomat y el entonces también dibujante Juan Cortés, a quien predije su futura vocación y celebridad de crítico de arte. Recuerdo un artículo mío, titulado «Los que se atreven», donde atisbaba la gloria que aguardaba a aquel grupo llamado «Los evolucionistas», que trabajaban y se divertían en un piso de la casa donde tenía el taller el escultor adornista Lena. Donde, recuerdo, no paramos hasta llevar un piano para que Julio Pons interpretara a Chopin del modo incomparable con que ya lo hacía entonces.
Sebarstiá Gasch
Gasch. — Muy interesante todo esto. Pero encuentro a faltar otro aspecto del Barrio Chino que, a la verdad, era el que a mí me atraía. Me refiero a la cosa abigarrada, a la intensidad humana que cautivó a escritores extranjeros especialistas de barrios bajos, cuales son Mac Orlan, Francis Carco, Montherland, Rene Bizet. Miomandre. etc. Y conste que al exaltar esta faceta no me adscribo a un colorismo superficial, a un pintoresco baladí. Mac Orlan es el exégeta de lo que él llama «fantástico social». Nuestro Barrio Chino, en los días deslumbrantes de «La Criolla», en los buenos tiempos del Arco del Teatro, rezumaba de este fantástico social que para mí es la auténtica poesía del Barrio Chino.
Enrique Nieto de Molina. — Yo soy otro viejo del distrito quinto. En el año 1912 llegue a Barcelona, con ilusiones de autor de cuplets. Pero no concebía otra canción que la rural, la regionalista diríamos. El «Gordito», famoso propietario de una academia de la calle Nueva, quiso desengañarme. «Aquí, muchacho, nada de leñadoras», me advertía. No le hice caso, y escribí «La pastorela». Fue un éxito rotundo. «Pastorela, pastorela, con mi falda de aldeana», etc., cantaban todas las artistas del Paralelo y repetían todas las criadas de Barcelona. Me parece el dato muy revelador en cuanto a la psicología del hoy llamado Barrio Chino. Luego colaboré intensamente con el maestro Viladomat...
Marsá. — ¡Magnifica figura! Componía siempre tocando la guitarra.
Nieto de Molina. — Hicimos juntos vanas canciones que precedieren al mi famoso «Diego Montes».
Sánchez Juan. — Tras estas particulares visiones que aquí han sido expuestas del Barrio Chino, me interesa tomar la palabra para rectificar, como se dice en las asambleas parlamentarias. No he querido negar, ni por supuesto, las grandes calidades humanas del barrio ni la infinita piedad que debe el mismo despertar en todo poeta. Y si he empleado la palabra «turista», ha sido precisamente por respeto a los habitantes el barrio, para que nadie interpretara nuestra presencia, la presencia a los poetas, como un deseo de pasar por auténticos moradores del lugar. Cuando tránsito por estas calles, no me mueve otro propósito que el de mezclarme con los transeúntes. Venir al Barrio Chino es mi redención, pues vengo a desvalorizarme. En el umbral del barrio dejo mi personalidad particular, y aquí no quiero ser escritor ni quiero ostentar ninguna otra calidad. Aspiro únicamente a ser uno más.
(Ahora la discusión se enzarza respecto a la delimitación geográfica del Barrio Chino. Marsá opina que la calle del Conde de Asalto es su frontera biológica, lo que sorprende a varios de los reunidos, que se resisten a dejar las calles de San Ramón y de Robadors fuera del Barrio. Marsá alega, con razón que precisamente la acusada atmósfera que distingue 3 ambas calles es aquello que las excluye del auténtico Barrio Chino).
Mapa del Barrio Chino en 1932
Julio Garcés (mirando a trasluz su vaso con el tercer vermut de la noche). —Yo no creo que el Barrio Chino esté limitado ni en el espacio ni en el tiempo. Todos lo hemos conocido en distinta época, y de ahí arrancan las divergencias
Marsá. —Yo sostengo que cuando el Barrio empezó a ser objeto de las «tournes des Grands Ducs» dejó automáticamente de ser el Barrio Chino. ¡Turismo, no!
Garcés. —Así, ¿vamos a negar su existencia?
Marsá. —La niego. El Barrio ha muerto.
Sempronio (que todavía no había abierto la boca). —El barrio quizás no. Pero el ambiente sí. Podríamos decir, parafraseando a Valery, que los ambientes son mortales.
(En este instante, irrumpe en el bar Enrique Curtó, con su boquilla en una mano y su «establecimiento» en la otra. Su archiconocida voz pregona: «María, Enriqueta, Mercedes, Josefina...». Sánchez Juan, recordando que su amigo Abel Iniesta incluyó en la Antología que esta noche se debate el romance de Curtó. «Un viaje a las Ramblas», llama al poeta-vendedor, instándole a gritos a tomar asiento en el cenáculo. Pero Curtó mira despectivamente nuestras mesas ocupadas por gente que, a la legua, se adivina poco interesada por los nombres de pila femeninos trepados en hojadelata. Nos da la espalda olímpicamente y, a buen paso, se aleja hacia climas comercialmente más fértiles).
Permanyer — Yo, particularmente, venía al Barrio Chino huyendo del enorme tedio que se respiraba en mi barrio, que era el del Pino y de la Catedral. Descendía por la Rambla, en pos de la policromía del puerto y de la sugestiva variedad de las callejas que desembocaban a la Puerta de Santa Madrona. El Barrio Chino, inmediatamente lo conocí, lo amé, dedicándole gran parte de un libro «Poemes de tedi i de neguit».
Sánchez Juan. —Quizás más que el Barrio Chino, aquello que se hace poesía en nosotros es la nostalgia del Barrio Chino. Las constantes que destacan en la mayor parte de los poemas de la Antología son; sueño, muerte, angustia, melancolía...
Sempronio. —Concretando: acaso haya muerto el Barrio, ¡pero quién duda que su emoción sigue viviendo! De lo contrario, esta noche no habríamos acudido a esta cita.
Molina Manchón (con el ímpetu que a un poeta mozo le comunican los éxitos obtenidos en las «cuevas de arte» del distrito). — Permitid amigos, que yo os diga mis impresiones. El año 1940 llegué de Córdoba por primera vez a Barcelona, con cuatro libros en la maleta por todo equipaje Desde mi niñez, presentía esta ciudad como una mujer hermosa y acogedora. No me equivoqué. Vosotros decís que el Barrio Chino, por aquellas fechas, ya estaba muerto. Pues yo encontré en él materia para inspirar mis mejores poemas, alguno de ellos, cual «Romance de la calle Conde de Asalto», que convertido en canción y grabado en disco, ha conquistado incluso celebridad internacional. No puedo aceptar que el Barrio Chino sea sólo un recuerdo. ¿Qué no es ni sombra del que conocisteis los barceloneses de otra época? ¡Qué importa! A los poetas nos sobra conocer el menos para arrancarle el más.
(Consecuente con esta teoría del más y el menos. Molina Manchón nos recita sus versos más recientes una canción dedicada a la Rambla. Su inflamado verbo atrae sobre nosotros, por única vez durante toda la noche, la curiosidad de la clientela del bar ajena a las trascendentales cuestiones que hemos venido a discutir diez escritores. Incluso el sereno interrumpe una partida de dominó para atender a la poesía. Listo el recitado, todo el mundo vuelve a sus ocupaciones).
Carlos Sindreu (a quien, por lo visto, ha despertado también el canto a la Rambla). —Para mí, el Barrio Chino es un generador de sueños. Su valor es primordialmente onírico.
MiguelSaperas. —Yo no conozco absolutamente nada del Barrio Chino, y no obstante me interesa y me he dejado incluir en su antología poética. Me parece que también esto es un dato.
Marsá. — Sigo opinando que lo más importante en la poesía del Barrio Chino es la piedad.
Permanyer. —Discrepo, pues este reflejo piadoso lo promueve mucho mejor la visión de un hospital, donde no se dan otras circunstancias de tipo humano que son características de este barrio.
Sempronio. — La piedad puede ser un ingrediente en la poesía, pero jamás su razón de ser. ¿Creéis que si en la Antología se han podido recoger, más o menos desplazados, unos versos de Baudelaire y de Verlaine, ha sido por la piedad que vertieren en ellos sus autores, o bien porque su esencia artística haya incido el paso del tiempo?
Garcés. — Todos venimos al Barrio Chino con nuestra poesía ya hecha. La poesía es un prejuicio.
Permanyer. — A veces, incluso he pensado si era el horror lo que me atraía en este barrio.
Sánchez Juan. — ¡Esto sería sadismo!
Garcés. — ¿Por qué no? El venir a reunirnos aquí, en torno de estas mugrientas mesas, ¿no revela ya masoquismo?
(Los partidarios de la piedad a ultranza se estremecen, calladamente, de indignación).
Sánchez Juan (creyéndose obligado a un desesperado esfuerzo de concordia.) — Nos atrae lo que el barrio tiene de universal, de abigarrado, de específico, de profundo... Su humanidad nos aglutina a todos.
Garcés. — Yo encuentro más procedente que hablemos del Barrio Chino como espectáculo lírico. Primera cuestión ¿Por qué en días de lluvia, llueve más en el Barrio Chino que en cualquier otro punto de Barcelona? ¡Esta es una pregunta importante!
(Todos, poetas al fin y al cabo, coincidimos en que sí, en que la pregunta no puede ser ya más importante. Lo malo es que ha sido formulada a las tantas de la madrugada, y que la lluvia se impone con otros y más imperiosos caracteres problemáticos. Hay que arrostrarla en plena calle; no hacerle frente con versos, sino con paraguas. Y nos vamos. Huyendo materialmente de las cigarras poéticas del barrio, que se empeñan en darnos cita para otro día, anhelosos de convertir en tertulia habitual lo que solamente ha sido excentricidad inspirada por la aparición de una antología.)
A primera hora del día siguiente, Sánchez Juan me pide telefónicamente: «Oye, si escribes algo sobre la reunión de anoche, titúlalo «Poesía y Metafísica del Barrio Chino».
Eran las nueve de la mañana. Sánchez Juan me llamaba desde el pie de su cañón y a mí, la llamada me ha encontrado va al pie de mi cañón. De poder comunicar con los demás contertulios de la noche anterior, a buen seguro que les habríamos encontrado también a todos ya al pie de la respectiva pieza de artillería. El Barrio Chino está bien muerto...
Destino. 27 de mayo de 1950, número 668, pp. 16-17


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