miércoles, 8 de marzo de 2017

Entrevista a Victoria Cirlot y a Amador Vega sobre la experiencia mística (La Vanguardia 13/12/1994)

Hildegard von Bingen, Volmar y Richardis, Liber Divinorum Operum (Lucca)
"La contemplación nunca puede llegar a ser descrita"
Entrevista a Victoria Cirlot y Amador Vega

Javier Palacio José Luis Trullo
Victoria Cirlot
La experiencia mística y su recreación literaria es el tema de esta conversación con Victoria Cirlot, profesora de Literatura Francesa en la Universitat Pompeu Fabra y Amador Vega, profesor de Historia de las Ideas en la misma universidad.
-¿Se puede realizar la delimitación del territorio de la mística respecto a otras formas de religiosidad?
-AMADOR VEGA. La mística, tal como lo definía santo Tomás, consiste en llegar al conocimiento de Dios como unidad a través de la experiencia, y en cuanto tal hay dos grandes líneas que se demarcan en la historia de las religiones: una es la tradición de la mística de tipo "sensualista", que tiene como base de ejercicio de ascesis el cuerpo (nacida en India y Persia, que llegaría través de los árabes a la península Ibérica y, posteriormente, a todo el mundo occidental), que se basa en el amor de Dios; la otra sería "especulativa", que trata de llegar al conocimiento de Dios por el intelecto (maestro Eckhart, Alberto Magno). Sin embargo, en los últimos años se ha tratado de definir la mística como algo distinto de la religión, como separación del mundo a partir de los estados alterados de la conciencia, en la que se incluiría desde el chamanismo primitivo y las técnicas arcaicas del éxtasis hasta la llamada mística "salvaje", a través, por ejemplo, de la experiencia literaria (caso de Romain Rolland).
-VICTORIA CIRLOT. De todos modos, es muy difícil separar los territorios de la mística especulativa y la sensitiva, puesto que san Juan de la Cruz, a pesar de pertenecer a esta última, llega un momento que niega el cuerpo en el camino místico. El problema fundamental es la interpretación de las fuentes, puesto que no hay un método para saber si se llega a la contemplación. La experiencia mística se transmite a través de un lenguaje simbólico y el lector tiene que recorrer el camino inverso, del texto debe remontarse a la experiencia.
-¿El propio lenguaje, la "forma", puede tener un valor místico o se trata simplemente de un vehículo? Es decir, ¿el texto es un laberinto que llega a franquear el acceso a la experiencia mística?
-V. C. El uso de la palabra es el camino mismo, y para eso se escribe. En las sociedades tradicionales el valor de la palabra es evidente, de manera que pronunciar el nombre de Dios (a través de una técnica de respiración y de pronunciación de la palabra) puede permitir llegar a la contemplación de Dios.
-A. V. Sólo podemos hablar de contemplación porque tenemos acceso a la experiencia literaria de los textos, y éstos únicamente describen el camino de ese conocimiento místico, jamás la propia contemplación, puesto que incurriría en una contradicción. La contemplación nunca puede ser descrita: no podemos hacer una descripción de lo que no puede ser descrito. De este conocimiento no tenemos una experiencia literaria, pero para acceder a él recurrimos a los textos.
-¿El texto literario contiene la experiencia mística o no es más que una "reminiscencia", por lo que carece de valor místico propio?
-V. C. Debe ser un proceso simultáneo. La experiencia mística es tal que la persona carece de conciencia de ella si no es a través de la exégesis de la propia experiencia. La escritura del texto místico consiste, precisamente, en la hermenéutica que realiza el místico de aquello de lo que, al moverse en un ámbito sobrenatural, difícilmente se puede tener conciencia. La escritura significa tomar conciencia de lo que ocurrió fuera del tiempo y del espacio, en el rapto: sino hay escritura no hay conciencia. En la construcción de la escritura ésta conduce de nuevo a la repetición de la experiencia.
-A. V. El momento de la escritura no sólo es una exégesis, sino que además esta propia exégesis se produce en un momento extático. Hay una puesta entre paréntesis de las condiciones espacio-temporales. En ese estado de separación del mundo sensible se escribe para repetir el acto puro de conocimiento de Dios. Y esa repetición, que es de, carácter ritual, sólo puede darse saliendo del espacio y del tiempo. Se trata de una escritura que se despega de las condiciones normales del sujeto, según una experiencia no objetiva del mundo.
-¿Pueden participar potencias místicas en la creación literaria, en la línea del "entusiasmo" o endiosamiento platónico?
-V. C. Por supuesto. El lenguaje paradójico, que es propiamente el lenguaje místico, es un lenguaje de entusiasmo. La emoción peculiar que suscita la paradoja forma parte del propio lenguaje místico: más aún, es la figura retórica que mejor resume la situación del alma en su estado de exaltación. La paradoja misma te sitúa ante lo irracional, que es la base de la experiencia mística.
-A. V. Si la experiencia mística puede extenderse más allá del contexto de las religiones, hasta alcanzar cualquier situación en la que participan los llamados estados alterados de la conciencia, podría entenderse, contra la tesis tradicional, el estado místico desde la racionalidad: en este caso, se debería establecer una diferencia entre la mística religiosa y la mística filosófica, de raíz plotiniana.
-¿La "suspensión" que caracteriza la experiencia mística implica cierta heterodoxia ante el protagonismo de la institución eclesiástica en el contacto con lo absoluto? ¿Cómo se integran una y otra?
-A. V. Es difícil integrar la experiencia mística en la institución, puesto que lo que se pretende es establecer una relación individual con la palabra revelada, mientras que la Iglesia tiene una visión de la experiencia mística integrada en sí misma: la propia Iglesia es el cuerpo místico a través de la comunidad. Así que, en su opinión, no tendría por qué haber experiencias separadas dé ella. La Iglesia nunca ha visto con buenos ojos estas experiencias.
-V. C. Aun así, hay autores que han demostrado que la autoridad está capacitada para absorber el cambio que el místico introduce en la tradición. Puede parecer contradictorio, pero no lo es en el momento en que se acepta la posibilidad de la inspiración. Cuando el abad de Saint Denis promueve su reforma en la Iglesia carolingia, apela a la inspiración divina y crea así el estilo gótico. En la historia hay ciertos momentos en que se absorben los cambios en el interior de la tradición, mientras que en otros estos cambios no son posibles, al igual que ocurre con el genio artístico. Son momentos de ruptura que sólo pueden absorberse cuando pierden su carga de negatividad.
-A. V. Hay que destacar el aspecto reformador del místico, puesto que lo que pretende es volver a encontrar la forma original que no ha sido corrompida por la tradición y por la propia institución.
-¿Podemos insertar la experiencia mística en la contemporaneidad, o la experiencia ilustrada de las Luces la ha hecho impracticable?
-V. C. No me parece en absoluto irreconciliable: contamos con Simone Weil en pleno siglo XX. En nuestro mundo se producen experiencias místicas, aunque se expresan mediante otro lenguaje. La pregunta fundamental sigue siendo la de quién es Dios, ya que según la respuesta podríamos (o no) reconocer hoy una experiencia mística.
-A. V. Los llamados "teólogos de la muerte de Dios" han escrito que era necesario que Dios se
retirara del mundo para que pudiéramos entender lo que significa el conocimiento de la unidad con Dios: conocer la experiencia del abismo, de la nada, para poder recuperar ese registro sobrenatural. Con la persistencia del Dios tal como lo entendía la ilustración, era imposible llegar a un conocimiento de la experiencia de Dios. La retirada de Dios del mundo pone las condiciones para recuperar el camino que conduce al Dios oculto, que se distingue del Dios de la creación.
-¿Podríamos pensar que la experiencia mística contiene un valor revolucionario?
Amador Vega
-A. V. Es una revolución porque es una conversión, y toda conversión requiere anular las condiciones actuales del presente. Hay que anular la representación y volver a la presencia. Y, en ese sentido, sería justo decir que el místico, de alguna manera, es un revolucionario.
La Vanguardia. Cultura. 13 de diciembre de 1994. p. 45

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