miércoles, 11 de enero de 2017

Philippe Muray sobre Céline, el antisemitismo y las ideologías del siglo XIX y XX.


El siglo de Céline
Entrevista de François Legarde a Philippe Muray
François Legarde: Philippe Muray, Ud. es novelista pero también ensayista, y ha publicado un libro muy importante sobre Céline [Céline, Editions Denoël, coll. "Méditations", 1984]. Examina en él las ideologías del siglo XX y en esta perspectiva, estudia el Céline, aún hoy tabú, de los panfletos antisemitas. Y se niega a hacer la separación entre el escritor y el panfletista.
Philippe Muray: Yo parto de una comprobación elemental. Céline es un escritor del que no existen obras completas, una parte de esta obra fue objeto de prohibición, no a causa de una ley sino porque Céline mismo ha prohibido, después de la Segunda Guerra, la reedición de sus panfletos. Céline es, pues, el único, el último escritor francés de quien no existen obras completas. El último escritor que estuvo en esa situación fue Sade. Fue necesario el valor de Gilbert Lély, la evolución de las costumbres, los trabajos sobre Sade de los surrealistas, y por último su desentierro, obra de la crítica telqueliana, como para que Sade comience a ser integrado a la historia literaria, cuando formaba parte para todo el mundo (dos excepciones: Flaubert y Baudelaire) de una suerte de museo de los horrores, de las monstruosidades, de la teratología literaria. Si yo aproximo así a Sade y a Céline es en primer lugar porque ellos representan, cada uno en su época, una monstruosidad inevitable y porque, sobretodo, vienen a cerrar, respectivamente, un ciclo histórico de una manera inadmisible para el género humano. Sade y Céline representan dos umbrales de la insoportabilidad para la sociedad.
F.L.: ¿Hay un sadismo en Céline?
Ph.M.: Sadismo, sí. Pero en todo caso en el sentido falso del término. En el sentido en el que Sade mismo no era "sádico". Pero en el que Céline sí lo era. Con justificaciones masoquistas como siempre (él pretendía que eran los judíos quienes ejercían su sadismo sobre él). Desde ese punto de vista, el antisemitismo de Céline es muy trivial, muy criminalmente estereotipado: los judíos tienen todo, se llevaron todo, dinero, mujeres, poder y es necesario hacerles devolver todo... Sade, que sigue siendo para mucha gente sinónimo de abominación, no ha hecho finalmente más que escribir de una manera muy cruda los sueños reprimidos de matar, de gozar con la destrucción, que nos obsesionan escudados en nuestras protestas humanitarias. Y sólo los inocentes pueden estar tentados a tomarlo al pie de la letra. No comprender nada de Sade es creer que habla en favor del asesinato cuando la prueba de lo contrario es ¡su repulsión absoluta por la pena de muerte, en pleno Terror! Rechazar a Sade es caer en esta confusión tan clásica entre lo simbólico (las novelas) y la realidad. El caso de Céline es diferente. La enormidad de sus panfletos antisemitas se aplica bien, por desgracia, a la realidad, es decir, a las víctimas que él señala como "los judíos". Es imposible leer Bagatelles (1937) fuera de la atroz luz retrospectiva de los campos de la muerte.
F.L.: ¿Por qué se insiste tanto, aún hoy, en dividir a Céline entre el "buen" novelista y el "mal" panfletista?
Ph.M.: Porque hay un rechazo a analizarlo. Rechazo a imaginar que dos postulaciones antagónicas hayan podido encontrarse en un mismo escritor. Rechazo a ver sus articulaciones lógicas, etc. Y por consiguiente: minimización de los panfletos, por un lado, y "denuncia piadosa" por el otro, sin esfuerzo por comprender su genealogía tortuosa, por lo tanto sin eficacia crítica... Hay otra razón por la cual todo el mundo tiene interés en que haya dos Céline. Este último, en el fondo, en la lengua francesa, en el siglo XX, tomó la delantera a todos los otros escritores. Fue más lejos, con más fuerza, más eficazmente... Encontró la escritura literaria del siglo, su representación, su lengua. Sin pertenecer jamás a ninguna vanguardia, realizó el sueño de éstas. No se puede no pasar por él. Y aquellos que lo admiran temen secretamente encontrar, a la vuelta de su admiración, a ese fantasma de la ignominia, ese espectro antisemita, ese fantasma cuya abyección, en cierto modo, dobla al escritor. Le temen porque, quizá, todo eso diría en el fondo la verdad última sobre la verdadera pulsión latente de las vanguardias. Lo que se ocultaría de regresión criminal en el secreto de todo progresismo eufórico, estando las vanguardias tradicionalmente en el eje del "progreso" y de los mundos mejores. Que Céline haya descubierto la lengua viviente del siglo y que al mismo tiempo, a cada paso, en su obra se tropiece con muertos, es un escándalo, un enigma e incluso una pesadilla.
P.L.: Las obras prohibidas, censuradas de Céline, ¿serán reeditadas un día, como se ha hecho con Sade?
Ph.M.: Quizá, aunque si comprobé esta extraña ausencia de "obras completas", no fue para hablar en favor de una reedición de los panfletos prohibidos, que no es deseable ahora. Pero yo quisiera señalar aquí un pequeño enigma interesante, Céline, como Ud. sabe, escribió cuatro panfletos. Los tres últimos son casi exclusivamente largos y siniestros vómitos antisemitas. El primero es mucho más interesante. Se llama Mea Culpa, es muy corto y está exclusivamente consagrado a exponer lo que Céline pensaba de la U.R.S.S., lo que había visto allí en el curso de su viaje en 1936. No es un panfleto antisemita (la palabra "judío" sólo se encuentra dos veces y una para apartar a los judíos como causalidad de los males que él denunciaba). Es un panfleto antisoviético. Y del cual en el fondo, yo corro el riesgo de decir muy francamente que, a mis ojos, no ha envejecido de ningún modo. Y es incluso mucho menos de lo que nosotros hemos podido aprender más tarde sobre el régimen comunista. Ahora bien, ese panfleto está siempre englobado en las obras antisemitas prohibidas, lo que me asombra. ¿Nadie lo habría leído? ¿Sería siempre culpable de atacar al régimen soviético? En todo caso corro el riesgo de hablar en favor de la reedición urgente de este único panfleto. En el que Céline no dice otra cosa que lo que afirma en todas sus novelas: la mala base, el figmentum malum del hombre, crudamente puesto al desnudo por las ambiciones soviéticas de metamorfosear lo humano.
F.L.: Mucho más cuanto que esta prohibición de las obras "malditas" es en cierto sentido totalmente en vano, ya que el antisemitismo de Céline es apreciable en la obra novelística.
Ph.M.: Por cierto, y se podría mostrar que este antisemitismo se deduce de ciertos temas de sus novelas de la misma manera que su arte de escritor, la convulsión de su escritura se deduce de los panfletos. Hay allí como la posibilidad de una retroversión. El mismo encadenamiento de los temas se observa en Muerte a Crédito, por ejemplo, y en los panfletos. Conociendo el argumento de Bagatelles (relato de la imposibilidad que tiene Céline de hacer representar sus ballets, imposibilidad de donde nace su antisemitismo, siendo todos los directores de teatro "judíos") se descubre a posteriori un equivalente de ese argumento en Muerte a Crédito que relata la imposibilidad que tiene Céline de contar una leyenda medieval. Si Céline no puede escribir eso que él querría, y es como por casualidad siempre algo "delicado", algo refinado que está en las antípodas de su verdadero estilo, acusa de esto a un cierto número de personas. La diferencia de funcionamiento en las novelas y en los panfletos, es que, por una parte (en las novelas) este fracaso en componer "leyendas medievales" produce la ficción celiniana, y que por otra parte, en los panfletos, este fracaso produce el desencadenamiento antisemita. Pero se puede también deducir su antisemitismo de sus últimas novelas en las que, dejando de hablar de los "judíos", él confiesa una nueva obsesión: los chinos, el "peligro amarillo"...
F.L.: Además, Ud. muestra que el Céline antisemita grita muy alto lo que la historia colectiva murmura muy bajo.
Ph.M.: Yo me di cuenta que en esos panfletos se vuelve a encontrar, en efecto, la expresión de una pasión comunitaria extremadamente corriente, por desgracia, lo que Ezra Pound llamaba "esa lamentable pequeña pasión barrial que es el antisemitismo". Una pasión social que ha sido, en el fondo, la gran pasión de todas las colectividades históricas antes que ellas dejen de atreverse a proclamarlo a la luz del día después de la gran persecución nazi. Los panfletos de Céline expresan de la mejor manera y de la peor este inconsciente de las colectividades occidentales. Se vuelve extraño, en estas condiciones, que sus libros sean prohibidos, como si la colectividad no quisiera saber lo que ella ha pensado desde hace dos mil años... Pero hacer esta pregunta es demostrar muy mala índole...
F.L.: ¿Cuál era la posición de los escritores contemporáneos a Céline frente a esta "cuestión judía"?
Ph.M.: Muy pocos escritores son realmente inocentes de antisemitismo. Ni Gide (en su Diario) ni "humanistas" muy respetables como Duhamel o el delicado Giraudoux están exentos. Pero el antisemitismo de éstos era perfectamente admisible y de buena sociedad mientras que aquel antisemitismo gritado, vociferante, vulgar, escatológico de Céline aparece como muy llamativo. Ofreció pues un blanco cómodo. La colectividad descargó sobre él su pecado antisemita. Yo tengo también la impresión de que el antisemitismo encontró en él su punto máximo de extenuación después de una historia plurisecular. Una historia muy diversificada que toma formas variables a través de las religiones, de las ideologías, de las civilizaciones. En el siglo XIX, el ejemplo más sorprendente, es Marx mismo, que inaugura de alguna manera, después del antisemitismo cristiano, la era del antisemitismo "científico", economicista, racional (preparado en la época del Siglo de las Luces, por algunos pensadores como Voltaire, de quien aconsejo leer el edificante artículo "judíos" del Diccionario filosófico). El texto de Marx que incomoda desde hace un siglo a todos los marxistas es el Ensayo sobre la cuestión judía. Si miramos las cosas de cerca, se aprecia que, en suma, la reflexión marxista toma su impulso a partir de convicciones antisemitas. Seguramente podemos decir que a lo que apunta Marx, a través de los judíos, es a la ganancia capitalista. Pero es necesario preguntarse si, ampliando su discurso en El Capital, no hace más que universalizar una reflexión, en su fondo, antisemita. Yo veo entre El Capital y el Ensayo, el mismo lazo que entre el nadador y el trampolín, un lazo de causa a efecto. En L'École des Cadavres, Céline menciona elogiosamente a Marx, pensador colocado para la ocasión en el gran Panteón antisemita... Y además vean la correspondencia de Marx y de Engels, Engels antisemita "a la prusiana"... O aún las reflexiones de Bakunin, que detesta a Marx porque es judío. De Proudhon, que habla de ese "sucio judío" de Marx.
F.L.: ¿Qué relación establece entre el estilo de Céline y su antisemitismo?
Ph.M.: Pienso que el antisemitismo de Céline ha sido lógica y paradójicamente ocasionado por la revolución de su escritura. No hemos situado lo suficiente a Céline en el eje de las vanguardias, nos hemos engañado debido a que él no perteneció oficialmente a ninguna vanguardia constituida. Sin embargo, Céline es completamente integrable a la historia de las vanguardias. Llega al extremo de su lógica que es hacer tabla rasa con toda tradición. Va más lejos atacando la Tradición que es el texto bíblico y por consecuencia, a aquellos que fueron sus depositarios... Céline es el más lógico de los escritores de vanguardia. ¿Por qué se ha querido insistentemente que hubiera dos Céline y no sólo uno? ¿Para que haya dos mundos en lucha, uno bueno y uno malo? Porque no hay más que un mundo, y está contaminado por el mal. Y si hay un solo Céline, éste también está contaminado por los panfletos. Pero si hay dos, entonces se puede admirar al gran escritor sin tener que interrogarse sobre uno mismo, sobre su propio fondo antisemita.
F.L.: Por eso Ud. escribe que "el escándalo celiniano es ante todo de orden literario".
Ph. M.: Sí, y es porque es de orden literario que es escandaloso. La vanguardia literaria, el progreso en arte, todo eso, en el imaginario portátil de los ciudadanos del siglo XX, es sinónimo de progresismo, de revolución social, de pensamiento de izquierda... Céline normalmente tendría que haber sido, por consiguiente, él también, un pensador de izquierda. Es por otra parte lo que se creyó cuando fue publicado el Viaje; que semejante insurrección en el estilo no vaya acompañada de un compromiso, de una militancia de izquierda, parecía impensable. Ahora bien, es todo lo contrario lo que se ha producido. De ahí el escándalo en el mundo de las creencias en el porvenir y en la solidaridad literatura/progreso... A punto que, si yo quisiera exagerar, diría que hay en el siglo XX dos mundos intelectuales separados, hostiles: la esfera intelectual de izquierda, por definición y la esfera "Céline"... que, por lo demás, viene a golpear el límite interno del discurso de izquierda, haciendo volver, a la vez, los malos recuerdos (el antisemitismo hoy olvidado de los comienzos del socialismo) y sus fracasos formales (la imposibilidad de inventar esa lengua nueva que, paradójicamente, un escritor considerado como "reaccionario" ha descubierto).
F.L.: ¿Sería necesario entonces considerar que Céline ha sido "de izquierda" cuando era antisemita?
Ph.M.: Las cosas se agravan en efecto cuando Ud. lee atentamente Bagatelles, por ejemplo, o Les Beaux Draps, y descubre que es allí, precisamente, cuando Céline echa por la boca la espuma del odio antisemita, que es también, si se puede decir, de izquierda... Es allí que propone programas de reformas sociales, proyectos de nuevo urbanismo, de higiene, planes humanitarios... ¡Entre las invocaciones al crimen antisemitas! E incluso ese "comunismo Labiche", en los Beaux Draps, esta "Revolución de la medianía" que recuerda extrañamente (si se incita un poco el humor negro) montones de debates contemporáneos sobre socialismo o comunismo "a la francesa"... ¿No es acaso cuando Céline es antisemita que hace justamente lo que se hubiera querido que hiciese: una proclama de compromiso político de izquierda? No es eso lo que sus contemporáneos no han podido perdonarle: que los haya escuchado tan bien, ¡pero solamente en sus panfletos! Y que, por otra parte, haya escrito el Viaje, es decir la obra maestra con la cual la izquierda soñaba pero que, por desgracia, no fue producida por un escritor de "izquierda"... Yo me pregunto pues, si las razones por las cuales Céline ha sido masivamente rechazado, no son aún, más literarias que políticas. Y seguramente Céline lo sospechaba, puesto que escribía en 1946 a un abogado danés:
Entre tanto odio del cual soy objeto, debo contar con aquél de casi todos los literatos franceses, jóvenes o viejos, raza diabólicamente envidiosa, si hubo alguna, y que no me han nunca perdonado mi entrada en escena tan repentina, tan brillante en la literatura francesa. Aquellos sólo respirarán el día en el que yo sea ejecutado. El viaje al fin de la noche, les impide positivamente respirar y vivir desde su publicación. Me encuentro un poco en la misma situación que Manet y Monet después de su descubrimiento del impresionismo. Diez mil pintores de la época hubiesen estado perfectamente listos a asesinarlos, e incluso el público, sólo que ellos no han dado en vida, buenos motivos de asesinato. ¡Y yo he sido lo bastante tonto como para darlos, todo está allí! Desde la publicación del Viaje, yo me convertí en objeto de todos los requerimientos y amabilidades de los diversos partidos políticos. El Partido comunista, en ese aspecto, se mostró particularmente acuciante...
Y en otra carta de 1950 Céline escribe:
¡Los revolucionarios y los anarquistas son, tanto en estilo como en pensamiento, por desgracia, siempre, conservadores endemoniados y frenéticos, es algo clásico!
Es así como la aventura de Céline, de la que sólo podemos reprobar el antisemitismo, viene también a juzgar las ilusiones políticas del siglo XX. El proceso que organiza su obra es un proceso que se sustenta ante todo en su estilo, en la estética. Céline ha comenzado por dar la apariencia de hacer una literatura militante, mientras que se trataba de una literatura que no creía en nada y no llamaba a ninguna modificación política. Los pensadores de izquierda han creído que Céline, hablando desde el interior del proletariado, iba a comprometerse y a entregar un mensaje. Aragon así, se apresuró a intimar a Céline a elegir su campo. Es necesario que Ud. se convierta y salga de su agnosticismo, le escribe después del Viaje. Aragon quiso poner la sotana comunista a Céline, pero Céline permaneció laico, al menos desde ese punto de vista, puesto que sabemos que finalmente eligió la otra "Iglesia", la otra religión, la religión antisemita. La obra de Céline hace siempre pensar en los efectos que produce el polo Norte que vuelve locas a las brújulas... Céline enloquece las brújulas políticas y literarias que pierden el sentido de las direcciones, la del norte y la del sur, la de la derecha y la de la izquierda.
F.L.: En este mismo orden de ideas, Ud. también ha dejado en evidencia la distancia que une y a la vez separa a la corriente oculto-positivista de Céline.
Ph.M.: No hay que olvidar que al final del siglo XVIII, las Luces son inseparables del Iluminismo. Lavater, Mesmer, Louis-Claude de Saint-Martin, no se mantienen apartados del gran discurso de la Razón. Y en el siglo XIX, cuando la religión cristiana ha dejado de garantizar una ley fundada en la institución, cuando toda certeza simbólica ha desaparecido, bueno, se vuelve a lo que la Iglesia católica había reprimido, esto es, los cultos paganos. Se abrió un abismo que es necesario llenar y el culto de la Madre o de los Muertos vuelven, como siempre, a hacer las veces de creencia. Las aventuras biográficas de los escritores se vuelven entonces esclarecedoras. Michelet, nacido en una iglesia secularizada canta a la Bruja, rinde culto a la naturaleza y a los animales y finalmente completa su Diario de anotaciones hablando de las heces y las reglas de su mujer. Victor Hugo, que ignoraba si había sido bautizado o no, y que debió obtener un falso certificado de bautismo con Lamennais, terminó por convocar a su mesa espiritista a los espíritus de los grandes muertos ¡en el momento en el que se afirma como profeta del porvenir socialista! Son escritores descristianizados, por consiguiente, desjudaizados los que escribirán La fin de Satán, Spiridion (George Sand), Spirite (Théofile Gautier), Séraphîta (Balzac), etc. Hubo escritores, y no de los peores, que estuvieron tentados a tomarse por magos. Helena Blavatski traduce teosóficamente la clave escondida de este ocultismo, repitiendo que todas las religiones vienen a ser lo mismo, ¡salvo la judía! El horizonte lógico de esta tendencia sincrética es a menudo el antisemitismo o al menos el antijudaísmo. Lo oculto tiende a afirmar nuestra posibilidad de perfecta armonía con el mundo, mientras que la religión judeo-cristiana, desde su primer episodio bíblico, sólo habla de exclusión, de disarmonía, de separación y de exilio. La unión que lo oculto y el positivismo buscan (véase en Augusto Comte al final de su vida) se hace necesariamente alrededor de una víctima fundadora, a saber, el judaísmo, que siempre piensa doble: el mal y el bien, el hombre y la mujer, Dios y los hombres. El ocultismo o el teosofismo, dicen por el contrario que en el origen estaba la fusión, la comunión generalizada, la armonía, lo andrógino... Y la religión judía es la que siempre amenaza esta armonía fantasmática introduciendo una fractura.
F.L.: Estos análisis Ud. los desarrolla en Le XIXe siècle à travers les âges [Gallimard; colección "L'Infini", 1984] ¿Qué le interesa particularmente de este siglo XIX?
Ph.M.: Observar en él hasta qué punto la ubicación, el nacimiento lento y confuso de la ideología dominante del siglo XX, el socialismo, sólo ha podido hacerse apoyándose en el retorno más o menos camuflado, denegado, del ocultismo y de todos los temas de la vieja magia modernizada, bajo el nombre de teosofía. Como si hubiera sido necesario lo oculto para representar el rol de acelerador invisible, emocional, del socialismo... La frontera entre ocultismo y socialismo es absolutamente porosa, movediza, frágil. Están los que como Allan Kardec, han venido del socialismo hacia el ocultismo, están los que han hecho lo contrario, como Hugo. La cohabitación es sorprendente, permanente y para decirlo de una vez, comprometedora. Eso es, desde mi punto de vista, el siglo XIX. El porvenir de la ciencia y el retorno de las ilusiones (Renan adoraba la novela oculto-socialista de Sand, Spiridion). El porvenir de la ciencia por el retorno de las ilusiones; el porvenir de las ilusiones científicamente confirmado. Mesas espiritistas, nigromancia, Panteón, técnica. Y hoy: técnica, progreso, era de Acuario, extraterrestres, astrología. Este stock decimonónico confuso y mal visto es aquél del cual, a mi juicio, el siglo XX no ha dejado de sacar cosas, sin incluso darse cuenta de eso contándose historias de "rupturas" o de "cortes"...
F.L.: Y Céline, a la vez, va a apropiarse y a hacer estallar esta herencia oculto-positivista.
Ph.M.: Céline ha puesto en escena a dos personajes, el positivista Courtial des Pereires, en Muerte a Crédito, y el ocultista Herve Sosthène de Rodiencourt, en Guignol's Band. Esas son las dos maneras de representar las dos grandes tendencias de este siglo XIX, la mano derecha y la mano izquierda que, cuando se juntan, bueno, no hacen otra cosa que intentar estrangular ¿qué cosa? el pasado cristiano y más profundamente, desde luego, el judaísmo... En las primeras páginas de Guignol's Band, Céline habla por otra parte de los judíos en términos ocultistas, y cuando él es antisemita, es también ocultista y positivista-socialista. Es necesario el encuentro de esas dos tendencias para que haya persecución. Courtial y Sosthène están ironizados, ridiculizados, guiñolizados, y yo pienso entonces que Céline es absolutamente lúcido en cuanto a este oculto-positivismo...
F.L.: Se podría entonces pensar que no va a caer en el defecto que ataca, y sin embargo...
Ph.M: Así es, desgraciadamente... Y en este punto las cosas son delicadas, difíciles de expresar. Céline, a lo largo de su obra, no deja de afirmarse cada vez más fuera del mundo, muerto en cierto modo, libre, desapegado... Es decir, necesariamente desapegado de las pasiones naturalmente humanas, muy humanas, como el antisemitismo. Yo creo que él fue mucho más lejos en esta postura, en este estatuto de fantasma, de muerto, de espectro, de ángulo muerto de la especie, de otro con relación al mundo. ¿Muy lejos, quizá, para permanecer eternamente en esta soledad? En todo caso, me parece que por sus panfletos, él quiso romper esta situación, resucitar en cierto modo, sentirse nuevamente "vivo"... ¿Y cómo sentir mejor que uno existe si no es persiguiendo? Es lo que sucedió desgraciadamente. Y en cierta forma, si hay una moral que deducir de su "aventura", es justamente una moral del desapego, por eso de que el desapego, en resumidas cuentas, es lo que está más lejos del riesgo de persecución. Digamos que es la moral mínima que podemos deducir de esta aventura. ¿No es exaltante? Sería necesario entonces hacer la cuenta de los cadáveres producidos por todas las grandes "exaltaciones" de la historia...
F.L.: Se encuentra aquí al Céline del final, al Céline metafísico, "fantasma que vuelve para redimirse por la palabra", tal como Ud. lo escribe en su libro.
Ph.M.: Yo creo que Céline es de una profundidad literaria todavía desconocida. Él ha cambiado varias veces de estilo y varias veces reinventado su propia lengua. El estilo de las novelas de postguerra es totalmente nuevo con relación al de las precedentes. Después de la guerra, Céline está verdaderamente "muerto", lo rechazan de manera total. Si él hubiera querido hacerse reaceptar por la comunidad, tendría que haber hecho su autocrítica. Ahora bien, sabemos que él no la hizo nunca, lo que por otra parte vale más porque no habría sido sincera. El hace lo mejor, en mi opinión. El, perseguidor de los judíos, ha logrado la única epopeya de los perseguidos de toda esta guerra del 40 que se conoce en la literatura moderna. La trilogía alemana, con Normance, se relaciona con esto. Historia y lengua de la tragedia de la Segunda Guerra mundial. Lengua de las deportaciones y de las concentraciones, lengua de las masacres. Y Céline, archivencido en el basurero de la historia, logra la suprema proeza literaria de dar a su época su única expresión conocida. Céline quería titular, el primer libro que el escribió después de la guerra: "La batalla de la Estigia". Y para cada uno de los últimos libros, siempre Céline pensará en utilizar ese título, pero siempre renunciará. Tengo para mí que ese proyecto que siempre vuelve es sintomático, porque prueba que Céline se ubicó con mucha lucidez en la única posición que podía quedarle: aquella de Caronte psicopompo, el barquero de almas. Céline embarca a todo el género humano en su "barca", sus trenes de la Segunda Guerra, generalmente en el "subterráneo emotivo" de su estilo. Las últimas novelas me hacen pensar en ese fragmento del fresco del Juicio Final de la Capilla Sixtina donde Miguel Ángel ha representado a Caronte, en lo bajo, haciendo subir a los condenados a su barca con grandes golpes de remo... Embarco. No rumbo a Cíteres, más bien rumbo a la noche, al infierno, rumbo "al otro lado de la vida" como decía el epígrafe del Viaje. Céline se vuelve el barquero de la muchedumbre humana, y así resucita en la literatura. Se convierte en el que cruza el Leteo, el barquero del río del olvido, aquel que ha encontrado el paso... La parábola del "muerto", "liberado" o "desapegado", deja de ser una metáfora cómoda para volverse el único estatuto posible, quizá de cualquiera que desee escribir en este siglo de masacre. Céline, a su manera, aplica verdaderamente in extremis lo que decía Kafka de la literatura: "Escribir, es dar un salto fuera de la fila de los asesinos". Quizá sólo se puede dar el salto fuera de la fila de los asesinos "muriendo". "Muriendo" para el mundo que, uno no quiere creerlo pero es así, no tiene nada que ver con la literatura. La literatura es esta barca sobre el oleaje nocturno con la cual sueña Céline cerca de su fin. ¡El embarco, el esquife! El barco cargado de jaurías humanas, listo a zarpar, a dejar las orillas para alejarse hacia la Estigia. Céline insistió en que su gran aventura, su gran pasión, había sido el estilo.
F.L.: El estilo, ¿es el hombre?
Ph.M.: En el caso que nos ocupa la Estigia es Céline. Todos creen que sólo ha escrito el Viaje y los panfletos y después nada más. Casi nadie ha leído sus últimas novelas. Que están pues muy avanzadas aún para nuestra época, para nuestra "modernidad"... Que nos aguardan. Que no queremos leer quizá porque no queremos saber lo que ha sucedido, exactamente, en el siglo XX. El estilo es el hombre, se dice. Y Lacan ha completado, como sabemos: El estilo es el hombre a quien uno se dirige... Bueno, en el caso de Céline, esto para diferenciar bien el sujeto del inconsciente del sujeto soberano de la escritura; en el caso de Céline, entonces, el estilo es el hombre, a secas, ¡y sin dejar dirección!

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