miércoles, 4 de diciembre de 2013

Entrevista a Josep Pla en el diario "Ya" (20/02/1977) (I)




Trasteando por internet he encontrado esta entrevista a Josep Pla de febrero de 1977. Realizada por Marino Gómez-Santos para el diario Ya, tiene el interés de presentarnos a un Pla político que opina sobre la evolución de España durante el proceso de transición democrática. Es interesante cotejar esta entrevista con la que realizó Joaquín Soler Serrano unos pocos meses antes (el 8 de diciembre de 1976). Se repiten muchos temas como su condena a la envidia, su caracterización de Cataluña como país sin aristocracia o su comprensión de la buena escritura a partir del adecuado uso del adjetivo. La diferencia entre una y otra estriba en el acento que en esta pone el escritor sobre temas como la Segunda República, la política de Cánovas o la futura Ley electoral.


Josep Pla: No quiero una tercera república

JOSEP PLA, escritor y periodista eminente en lenguas catalana y castellana. Nació en Palafrugell (Gerona) en 1897, donde vive actualmente. Cursó la carrera de derecho en Barcelona, pero desde muy joven se dedicó al periodismo activamente, colaborando en la prensa de Madrid y Barcelona, así como en diversas revistas catalanas. Corresponsal de "La Publicitat" en Madrid, en París, en 1925 fue a Rusia para escribir una serie de reportajes. Entre sus libros más importantes cabe citar: "Vida de Manolo"(1928), "Linterna mágica" (1925), "Rusia" 1925, "Francisco Cambó” (1928). Desde 1940 colaboro en la revista "Destino" exclusivamente y publicó algunos libros que alcanzaron notoriedad, como "Historia de la Segunda República española" (1940-1941), "Guía de la Costa Brava" (1945) y otras guías de Cataluña y Mallorca. Sus "Homenots" son semblanzas de magistral factura y profundidad reunidas en nueve volúmenes (1958-1962). Largo resultado el censo de sus libros, que en 1966 kan comenzado a reunirse en edición, definitiva en sus obras completas. Su último gran éxito es “El cuaderno gris”.

A la derecha de la carretera de Palafrugell hay una hilera de cipreses y un camino donde se remansa el agua de las lluvias. El mas Pla es un caserón, inmenso en la niebla, con las ventanas débilmente iluminadas, como un barco en la noche, Todo permanece en torno en una silenciosa, profunda atonía; el campo y los árboles, con sus perfiles desleídos en una niebla suave, presentan un aspecto flotante, espectral.

Dejamos el automóvil junto a un tractor amarillo próximo al cobertizo donde, se almacenan saces de abono y forraje, Un perrillo como los del Bosco en "Los siete pecados capitales" sale a nuestro encuentro, malhumorado, y sus ladridos se amortiguan con la niebla.

Las puertas del mas son anchas y de gran altura, como para dejar paso a los carros cargados de grano. En "un muro, una escopeta está colgada de un tirante; en el amplio espacio hay también una bicicleta, un coche viejo pintado de azul y una silla desfondada.


—¿Qué, le aguarda el señor Pla?—nos pregunta, azarada, la vieja guardesa, mientras se seca las manos en el delantal.

Subimos por la escalera estrecha, en cuyos descansillos hay vasijas de barro guardando las esquenas. En seguida alcanzamos el amplio salón, sumido en la penumbra, amueblado holgadamente con cómodas antiguas, librerías, algún espejo y una inmensa lámpara de forja.

Al coronar la escalera y entrar en el salón vemos los pies y el cuerpo de Josep Pla, sentado al fondo ante una mesa redonda; la cabeza permanece oculta bajo el faldellín de cretona que circunda la campana de la chimenea.

Interrumpió la merienda para recibirnos, porque en aquel momento el escritor estaba ocupado en tornar unas rebanadas de pan de pueblo impregnadas en aceite, al tiempo que escribía en una cuartilla, con estilográfica, una caligrafía menuda y apretada.

—¡Hombre, hombre, venir desde Madrid para verme a mí, que soy persona insignificante!... Siéntense, siéntense; tomen una copa de güisquí y quítense los abrigos.

NO ENVIDIAR A NADIE

En la gran chimenea ardían unos leños; el frío que despedían los muros del salón y el mismo suelo, a pesar de la esterilla de esparto, alcanzaba seguramente una temperatura de bajo cero.

— ¡Ah, se vuelve a poner el abrigo!... ¡Pero sí hoy no es de los días más fríos! Arrímense a la chimenea...

Pla aparecía con la cabeza cubierta por una boina barojiana, vestido con un traje, viejo debajo del cual asomaba un chaleco de lana, con una camisa a rayas, abrochada en el cuello y sin corbata.

La piel de la cara, erosionada y con algunas manchas osearas; los ojos, picaros, burlones; por las fosas nasales asomaban haces de pelos hirsutos que amarilleaban por efecto de la nicotina.

Pla bebe vino tinto. Sobre la mesa hay una bandeja, con una jarra-termo, una botella de güisqui y otra de vino. Al alcance de su mano tiene un paquete de tabaco negro y un librillo de papel. De vez en cuando lía un pitillo escuálido y convencional que humedece con los labios para engomarlo.

—Pues sí, señor, me paso las tardes aquí escribiendo; a veces viene mi hermano y algunas otras personas para hablar. Ahora vendrá un señor de la Caja de Ahorros de Palafrugell, charlaremos un rato... y nada más. Luego me darán una tortilla y un vaso de leche, me iré a la cama, leeré hasta las cuatro o las cinco de la mañana y basta. Me cuesta mucho dormir, porque no tomo drogas ni he sido nunca aficionado a escuchar a los médicos. Además tengo mis ideas propias para no sufrir infarto de miocardio.

— ¿Qué hay que hacer para eso? 

—Primero no tener ninguna deuda; segunda, comer lo menos pasible; tercero, ninguna mujer —quiero decir a mi edad—; cuarto, vivir tranquilo; no envidiar a nadie. La felicidad consiste en no envidiar. De ahí la frase de Goethe: "La felicidad está en la limitación". Esa limitación consiste en, no envidiar a nadie.

Pla retiene el pitillo entre los dedos, como un labrador, igual que Picasso.

— ¿No se ha olvidado usted del tabaco, tan nocivo para la salud?

—No. Todos los médicos me dicen: "No fume usted más". Pero yo fumo constantemente y bebo güisqui y vino. Me es igual todo esto. ¿Usted me comprende? Yo no creo en esas cosas que dicen. La ciencia médica no existe. A usted le pueden tratar con una cosa que le va bien y a mí con la misma que me irá mal. Marañón creía poco en el arte de la Medicina y mucho en los enfermos. ¿Usted me comprende?

Vive Pla sin radio y sin televisión en esta casa aislada en medio del campo. 

— ¿Y también sin teléfono?

—Bueno, hay un teléfono misterioso por si una noche tengo un infarto de miocardio, pero no hay televisión ni radio. Aquí la electricidad llega par un hilo así de delgado. Es un poco vago todo esto. Muchas veces nos quedamos a oscuras y hemos de utilizar candelas para ir a la cama.

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