sábado, 23 de noviembre de 2013

Un artículo sobre estética de Juan Eduardo Cirlot.



TEMAS DE ESTÉTICA
COHESIÓN Y NO ARMONÍA

La estética se ha visto forzada repetidas veces a rehacer sus conceptos y a revisar sus afirmaciones generalizadoras. El principio de armonía, que hasta el presente venía mostrándole como indestructible, ha sido prácticamente arrinconado en nuestros tiempos al desván de las antiguallas con interés histórico.

En Música, en Pintura, en todas las Artes, obras genialmente ejecutadas han hecho saltar, vulnerándolos, todos los convencionalismos sobre los que se apoyaba la ley armónica.

El «funcionalismo» ha tenido, entre otras, la ventaja de conceder al arte unos momentos de reposo, de higiene sentimental y de permitirle depurarse para afrontar experiencias nuevas. Existe, paralelamente, un funcionalismo espiritual en las obras artísticas del cual vamos a hablar ahora, al intentar dar pública validez a la destrucción de la «noble» Armonía.

Los «elementos insustituibles», como perfectamente podrían ser llamados los ejes de toda composición pictórica o arquitectónica, no presuponen, por el mero hecho de existir y de interesar, la felicidad de su esencia ni la de sus relaciones. Por tal motivo, las creaciones estéticas que se han llamado expresionistas, a falta de otra denominación mejor, han conseguido adquirir una valoración objetiva que se mantiene a pesar de su aparente insolidez.

Todos los primitivismos se levantan sobre bases dramáticamente vivas. La tensión espiritual que preside tales concreciones no permite la dulzura intrínseca de las mismas.

Estatuas votivas de Tell Asmar. Museo de Bargad. Primera mitad del III milenio a.C:
Este movimiento funcional de los elementos anímicos es el que, al cristalizar en el plano, en el volumen o en el espacio sonoro, construye las edificaciones del Arte. La Armonía se presenta aquí entonces llena de significado ético, y, por consiguiente, extra-estético, porque, ¿es necesario que el Arte sea solamente la expresión sublimada de los sueños de la Humanidad? ¿O la exageración de sus cualidades activas o idealistas? Evidentemente, no. Si alguna misión tiene a llenar el Arte, es expresar al hombre, al hombre, así, íntegro, total, residente en la Tierra, victima de miles de solicitudes extrañas entre sí y contrapuestas; al hombre como victima y al Hombre como vencedor, en la gran invasión de las fuerzas que lo mueven y que son por él movidas. Sentimos que sí sólo conociéramos al Hermes Ludovisi, ignorando al Gudea de Lagash, al Ikhanatón de Tell-Amarna; que si sólo admirásemos a la Afrodyte Cyrenaica, despreciando a la Dama de Ibiza o a toda la tremenda iconografía femenina de los barros asiáticos; nos hallaríamos sin una dimensión humana, que es precisamente aquella en la que falta la Armonía y hacia la cual, en determinados momentos del movimiento cultural y de la vida del espíritu, nos sentimos atraídos.

«Introducción a la música inorgánica», quería, irónicamente, titular a un pequeño ensayo sobre las formas decadentes -en el sentido ético- que en la música abren ahora horizontes nuevos cuando todos parecen exhaustos. Agotados los jardines diatónico y cromático-enharmónico, por Beethoven y Wagner, por medio de Strauss y de la joven música francesa se abría el camino hacia posibilidades cuyo frenético «tempo» ha terminado por dirigirse liada el orientalismo centroeuropeo actual. Alemania es, desde luego, el país más oriental, más persa de Europa. Además, fecundado por el semitismo, no podía sino acercarnos con el ultra-cromatismo de Schömberg y los cuartos de tono de Hába, hacia ese inorganicismo oriental, cuya maravillosa belleza, tan contraria a los cánones estáticos de Occidente, nos va interesando ya demasiado a muchos de los que vivimos por y para el Arte.


 Bien, pues entonces las Estéticas carecen de sentido, ¿no? Por el contrario, la Estética general y sus filiales que se ocupan de las diversas ramas del Arte, tienen importantes misiones a llenar, pero por encima de todo deben resignarse a seguir al Arte y no a pretender darle reglas. La Estética no puede ser apriorística porque da la casualidad que el hombre, y en especial el artista, es un ser de tal capacidad fundacional que basta que le marquen la existencia de un muro para «demostrar» que ese muro es inexistente o que puede ser superado no sólo perfecta, sitio elegantemente.

Así Igor Strawinsky en«Consagración de la Primavera», en «Historia del Soldado» y en todas sus demás obras; así Spies, el pintor ruso-alemán del «Realismo mágico», con sus inverosímiles y dulces perspectivas; así, en fin, la casi mayoría de artistas de nuestra época cuyo empeño ha solucionado un sin fin de problemas y ha dado, con sus hallazgos, entronque al gran Arte Pre-renacentista, en el cual el espíritu triunfaba de la materia y la subyugaba para utilizarla con fines simbólicos, que quiere decir sobrenaturales.

Del estudio de las obras que he aludido; del examen de las artes de los pueblos anteriores al helenismo, se desprende que la ley de la Armonía no puede sostenerse. De ahí no se deduce que las tales «composiciones» sean anárquicas, no; sino que hay otra fundamentación oculta que vamos a desvelar brevemente.

Esta es el principio de «cohesión»: la correspondencia esencial, y no meramente apariencial, de los elementos que entran en juego en la obra. Su estricta correlación ideal en un plano de grandes significados con validez cultural, no la suavidad externa de las aproximaciones o de las similitudes «realistas» o «armónicas».

Maricel: revista mensual de arte, literatura y paisaje. Sitges, nº 8, Marzo 1946.

Walter Spies. Balinesische Legende (1929).

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