miércoles, 6 de agosto de 2008

Un pequeño homenaje a Alexanser Solzhenitsyn

He escogido un pequeño texto de Solzhenitsyn. Resume todo aquello que admiraba (y admiro) del autor ruso.

¡RECHACEMOS LA MENTIRA!

En otros tiempos no nos hubiéramos atrevido ni siquiera a murmurar en voz baja. Pero ahora escribimos en el Samizdat y lo leemos, y cuando coincidimos en los salones de los insti­tutos de investigación, nos lamentamos con todo el alma: «¡Qué insensatez la de ellos! ¿A dónde nos van a llevar?» Y aparece la innecesaria fanfarronería cósmica y la devastación y la po­breza del hogar; y la ayuda a regímenes salvajes y lejanos, y la provocación de guerras civiles; y Mao Tse-tung, formado insensatamente a cuenta nuestra, con quien ahora tratan de enfren­tarnos y con quien terminaremos por enfrentarnos. Porque, ¿qué otra cosa podremos hacer nosotros? Y los procesos arbi­trarios y los sanos convertidos en locos. Siempre ellos actuan­do y nosotros impotentes.
Ya tocan fondo. La muerte del espíritu se ha introducido en todos nosotros. La física está a punto de arder y acabará por quemarnos a nosotros y a nuestros hijos. Pero continuamos sonriendo cobardemente como antes y balbuceamos tartamu­deando:

—¿Cómo podremos impedirlo? Nos faltan fuerzas.

Tan irremediablemente nos hemos deshumanizado que, por el modesto yantar de hoy, entregamos todos los principios, nues­tra alma, todos los esfuerzos de nuestros antepasados, todas las posibilidades de nuestros descendientes. Todo por no desor­denar nuestra frágil existencia. No nos queda ya firmeza, ni orgullo, ni ardor en el corazón. Incluso no tememos a la muer­te atómica absoluta. La tercera guerra mundial no nos asusta —(tal vez podamos escondernos en alguna rendija)—, ¡sólo nos acobardan los pasos del valor cívico! Con tal de no separarnos del rebaño, de no dar un paso en solitario, y encontrarnos de repente sin la barra de pan blanco, sin la toma de gas, sin el registro en el pasaporte para residir en Moscú.
Tanto nos machacaron en los círculos de preparación politico-ideológica, que así somos nosotros; no sabemos vivir de otra manera, solamente en este
entorno, no podemos salir de nuestras condiciones sociales; el modo de vida determina la conciencia ¿qué culpa tenemos nosotros a fin de cuentas?, nada podemos hacer.
Sin embargo podemos —¡todos!—; pero nos engañamos a nosotros mismos, para tranquilizarnos. No son ellos los culpa­bles. Somos nosotros. ¡NOSOTROS! y nadie más.
Se puede objetar: ¡nada puede cambiarse! Nos han cerra­do la boca. No nos escuchan. No nos preguntan. ¿Cómo obli­garles a ellos a que nos escuchen?
Imposible convencerles.
¡Lo más natural sería reelegirles! Mas no existen elecciones en nuestro país.
En Occidente, los hombres conocen las huelgas, las manifes­taciones de protesta. Nosotros, sin embargo, estamos excesiva­mente encogidos, aterrorizados: ¿cómo rechazar el trabajo? ¿Cómo, de repente, salir a protestar a la calle?
Los demás caminos fatídicos, que en el último siglo han sido ensayados en la amarga historia rusa, tampoco son para nosotros. Y, en verdad, ¡no hacen falta! Ahora, cuando todas las hachas han cortado lo suyo y ha germinado todo lo que se sembró, vemos cómo nos extraviamos, cómo se engañaron los jóvenes seguros de sí mismos que pensaban hacer un país justo y feliz, mediante el terror, la sublevación sangrienta y la guerra civil. ¡No, gracias, padres de la ilustración! Ahora noso­tros ya sabemos que la vileza de los métodos se multiplica por la infamia de los resultados. ¡Que queden limpias nuestras manos!
Así, pues, ¿el círculo se ha cerrado y, en realidad, no hay salida? ¿Sólo nos queda aguardar con pasividad que inespera­damente ocurra algo al azar?...
Nunca se abrirá ante nosotros por sí sólo si continuamos reconociéndolo, glorificándolo y fortaleciéndolo a diario; si no empujamos, al menos, en su punto más sensible: LA MENTIRA.
Cuando la violencia irrumpe en la vida pacífica de las gen­tes, su rostro llamea de seguridad en sí misma. Lo lleva en su estandarte y grita: «¡
SOY LA VIOLENCIA! ¡Dispérsense, cir­culen, aplasto!». Mas la violencia envejece rápidamente. Unos pocos años y ya no está segura de sí. Y para sostenerse, para tener un aspecto decente, llama infaliblemente como aliada a la mentira. La violencia sólo puede cubrirse con la mentira, y la mentira sólo puede mantenerse con la violencia. Y no cada día, ni en cada hombro, posa la violencia su pesada zarpa: sólo exige de nosotros sumisión a la mentira, participación diaria en la mentira, y en esto consiste ser un súbdito fiel.
Aquí yace precisamente la clave que despreciamos. La más sencilla, la más asequible para alcanzar nuestra liberación: ¡LA NO PARTICIPACION PERSONAL EN LA MENTIRA! Que la mentira lo cubra todo, que lo avasalle todo; pero obstinémo­nos en lo más pequeño: que domine pero ¡NO A TRAVÉS DE MI!
Es un corte en el anillo ficticio de nuestra actividad. ¡El más fácil para nosotros y el más destructivo para la mentira! Cuando las gentes se apartan de la mentira, ésta, sencillamente deja de existir. Como la peste, sólo puede vivir en los hombres.
No es una llamada a filas. No hemos madurado para salir a la plaza y proclamar la verdad públicamente, y expresar en voz alta lo que pensamos. No es necesario; aunque es terrible que no podamos hacerlo. Pero, al menos, ¡neguémonos a decir lo que no pensamos!
Este es nuestro camino. El más fácil y asequible frente a nuestra germinante cobardía orgánica. Mucho más fácil (es duro reconocerlo) que la desobediencia civil de Gandhi.
Nuestro camino es: ¡NO APOYAR CONSCIENTEMENTE LA MENTIRA EN NADA! Al tener conciencia de la demarca­ción de la mentira (cada cual la ve de distinto modo), ¡retroce­damos de la divisoria gangrenosa! No hay que encolar hueseci­llos muertos y escamas a la Ideología. No hay que remendar los podridos harapos. Nos asombrará entonces la rapidez e impotencia con que la mentira se desplomará. Lo que tiene que estar desnudo, comparecerá desnudo ante el mundo.
Así, pues, sobreponiéndose al tema, que cada cual elija: o se queda como servidor consciente de la mentira (¡no por afec­to, naturalmente, sino para alimentar a la familia y educar a los hijos en el espíritu de la mentira!) o le ha llegado la hora de convertirse en hombre honrado, digno del respeto de sus hijos y de sus contemporáneos. Y a partir de ese día, él:

—No escribirá, no firmará, no publicará de modo alguno una sola frase que, en su opinión, tuerza la verdad.
—Ni en conversación privada, ni públicamente, ni mediante declaración escrita, ni como propagandista, maestro o educa­dor; ni desempeñando un papel en el teatro; ni artísticamente, esculturalmente, fotográficamente, técnicamente, musicalmen­te, no representará, no acompañará, no transmitirá un solo pensamiento falso, una sola verdad tergiversada, que pueda discernir.
—Ni oralmente, ni por escrito traerá a colación una sola cita «directiva», para complacer, para
asegurarse, para ascen­der en su trabajo, si no comparte en su totalidad la idea citada o no tiene relación directa con lo que se trata.
—No permitirá que contra sus deseos y voluntad se le haga asistir a una manifestación o mitin. No tomará en las manos, no elevará una pancarta o una consigna que no comparta en su totalidad.
—No alzará la mano electora de una propuesta que no com­parta con sinceridad; no votará ni abierta ni secretamente en favor de un individuo que estima indigno o dudoso.
—No permitirá que se le acose en una reunión en la que se espera un debate forzoso y tergiversado del asunto.
—Dejará inmediatamente la reunión, la sesión, la conferen­cia, el espectáculo, el cine en cuanto escuche del orador la mentira, la sandez ideológica o la propaganda desvergonzada.
—No se suscribirá y no adquirirá en números sueltos el dia­rio o la revista donde la información es tergiversada y son ocultados hechos de primera importancia.

No he enumerado, naturalmente, todas las abstenciones po­sibles y necesarias. Mas quien comience a purificarse, con su mirada ya limpia fácilmente discernirá en otros casos.
Sí, en los primeros tiempos será difícil. Habrá quien pierda su trabajo temporalmente. A los jóvenes que desean vivir en la verdad, al principio se les complicará mucho la vida: las leccio­nes que reciben están repletas de mentira, y hay que elegir. Quien desea ser honrado tiene que elegir: todos los días, todos nosotros, incluso ante las ciencias técnicas más seguras, hemos de andar o en dirección a la verdad o en el sentido de la menti­ra; hacia la independencia espiritual o el servilismo del alma. Y quien no tenga valor ni para defender su alma, que no se enor­gullezca de sus convicciones vanguardistas, que no se ufane de ser académico o artista del pueblo, personalidad emérita, o general; que se diga a sí mismo: soy un animal y un cobarde
y sólo necesito suculencia y calor.
Aun este camino, el más moderado de todos los de resistencia, para nosotros no será fácil. Pero es más suave que pren­derse fuego o declararse en huelga de hambre: las llamas no abrazarán tu cuerpo, tus ojos no estallarás: calor, y para tu familia siempre habrá, al menos, un pedazo de pan negro y agua clara.
El pueblo checoslovaco, gran pueblo de Europa, traicionado por nosotros, engañado por nosotros, ¿no nos ha enseñado acaso cómo resiste un pecho indefenso, hasta frente a los ca­rros de combate, si en su interior late un corazón digno?
No será un camino liso. Pero es el más llano de todos. Op­ción espinosa para el cuerpo, más única para el alma. Un ca­mino duro. Sin embargo, en nuestro país ya hay personas, hasta decenas, que llevan largos años sosteniendo estos puntos, y viven en la verdad.
Así: no hay que emprender este camino, sino ¡INCORPO­RARSE! ¡Tanto más ligero y corto será para todos nosotros cuanto más unidamente y en mayor número lo tomemos! Si somos miles, nada podrán hacernos. ¡Si nos ponemos en mar­cha decenas de miles, no reconoceremos a nuestra patria!
Si nos acobardamos, basta entonces de lamentarse de que alguien nos impide respirar: ¡nosotros mismos nos imposibili­tamos! Encorvémonos más, esperemos, y nuestros hermanos biólogos ayudarán a que se aproxime la lectura de nuestros pensamientos y la mutación de nuestros genes.
Si también en esto nos acobardamos, es que somos nulida­des, sin remedio, y a nosotros va dirigido el desprecio de Pushkin:

¿Para qué los dones de la libertad a los rebaños?
De tribu a tribu, el patrimonio de ellos es el
yugo con cencerros y el látigo.

Russkaya Mysl (21.III.75)

5 comentarios:

Anónimo dijo...

Gran Hombre

Don Cogito dijo...

Totalmente de acuerdo, y así como lo pones, con mayúsculas...

Anónimo dijo...

Debo confesar que tu entrada es lo primero que leo de Solzheitsyn. ¿Me recomendarías un libro?

Don Cogito dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Don Cogito dijo...

Claro que si Lauren!!
Veamos a ver, estoy tentado a recomendarte directamente "El Archipielago Gulag", eso si, teniendo en cuenta su volumen (cuatro tomos grandes) ... es un libro HISTÓRICO que hizo "caer a más de uno del caballo" (aunque sigo prefiriendo para esos menesteres "El pensamiento cautivo" de mi bienamado Milosz).
Otra opción es que leas "Un día en la vida de Ivan Denisovich".
En cuanto ensayo a mi me gusta el libro del que he sacado este texto "Alerta a occidente" que puedes adquir por un módico precio en Uniliber.com.

Muchos saludos!!!