lunes, 26 de noviembre de 2007

Relatos del Infierno

Entrada del campo de concentración de Vorkuta a finales de los cincuenta. Puede leerse
"El trabajo en la URSS es una cuestión de honor, gloria, orgullo y heroismo "

Por razones que no se me escapan, a mucha gente nombres de lugares como Magadán, Vorkuta o Kolimá les sonarán a chino. Nombre extraños, imposibles de colocar en un mapa, siquiera situar en una época determinada. Ahora bien si dijera Auschwitz, Birkenau o Dachau, a bastantes de esas mismas personas a las que se nombró esos tres extraños primeros nombres empezarían a a situar o por lo menos asociar tales nombre con unas imágenes, películas o libros atroces, historias inhumanas capaces estremecer a cualquier persona con un mínimo de sensibilidad.
Magadán, Vorkuta o Kolimá fueron lugares, pertencientes a un mundo más amplio (el Gulag descrito por Solshenitsin) en donde se llevó a la muerte a -como mínimo- el doble de personas que en Auschwitz, Birkenau o Dachau.
El 15 de octubre pasado se editó en España por obra y gracia de la editorial Minúscula el primer volumen (de lo seis en total) de los Relatos de Kolimá, breves cuentos que Varlam Shalámov publicó en Londres, en 1978. Editados en España hace muchos años (y no todos) esta nueva edición nos podrá ayudar a entender que infierno se escondía detrás de la “construcción del Paraíso”.
Se ha dicho -con bastante razón- que las atrocidades nazis nos revelaron la verdadera esencia del racismo, del antisemitismo o del nacionalismo; incluso algún que otro pensador se ha preguntado si después de Auschwitz era posible escribir poesía, o si “Dios había muerto” -por lo que se ve, por enésima vez- entre las cámaras de gas y las alambradas de los lager. Todos son estos, debates importantísimos, fundamentales para entendernos, para intentar fundamentar una nueva forma de pensar y vivir que evite tales barbaridades han obsesionado -como es normal- desde el final de la segunda guerra mundial a un sin numero de pensadores, artistas, sacerdotes, políticos o gente de lo más variopinta. Quienes -además- hemos llegado a conocer los restos de tales infiernos (visité Auschwitz hace trés años) no podemos más que sentir el DEBER de no pasar página a algo tan atroz.
Sin embargo, parece que no se ha dado toda la importancia que se debiera a hechos parecidos -pero realizados por una de las potencias victoriosas- tras el mismo conflicto. De lo que nos revelan tales hechos o las enseñanzas que debemos sacar de ellos no parece que haya sido -tampoco- algo que haya provocado mucho interés a personas partidarias del progreso humano o en otros mismos individuos -al parecer opuestos a los primeros- eternos dialogantes o apaciguadores in pectore.
Pero no entremos en polémicas -la mayor parte de ellas puro ruido alejado de un verdadero debate de ideas- y leamos el primer cuento del primer volumen de Relatos de Kolimá.

Por la nieve
¿Cómo se abre camino en la nieve virgen? Un hombre echa a andar, suda y blasfema, avanza sin apenas poder mover los pies, hundiéndose a cada instante en la esponjosa y profunda nieve. El hombre se marcha lejos, marcando su camino con irregulares hoyos negros. Se cansa, se acuesta en la nieve, enciende un pitillo, y el humo de la majorka se extiende en una nube azulada sobre la nieve blanca y brillante. El hombre ya se ha manchado lejos, pero la nube sigue suspendida en el lugar en donde se había detenido a descansar: el aire es casi inmóvil. Los caminos se abren siempre en los días de calma, para que los vientos no barran los trabajos de los hombres. El hombre marca sus propios puntos de orientación en la infinitud nevada: una roca, un árbol alto. El hombre guía su propio cuerpo por la nieve del mismo modo que un timonel dirige la barca por el río de un saliente a otro, hombro con hombro. Pisan junto a la huella pero no en ella. Al llegar a un lugar señalado de antemano regresan, y de nuevo caminan de manera que se aplaste la virgen superficie nevada, el espacio aún no hollado por pie humano alguno.
El camino está abierto. Por él puede ir gente, convoyes de trineos, tractores.
Si se sigue tras los pasos del primer hombre, huella a huella, se formará un sendero visible pero difícilmente transitable y estrecho: una trocha y no un camino, lleno de hoyos por los cuales es más difícil avanzar que por la nieve virgen.
El trabajo más duro es para el primero, y cuando a este se le agotan las fuerzas, lo reemplaza otro, de aquel mismo quinteto de cabeza. De entre los que siguen los pasos del primero, cada uno de ellos, incluso el más pequeño, el más débil, debe pisar un pedazo del manto nevado y no alguna otra huella.
Y sobre los tractores y a caballo no viajan los escritores, sino los lectores.

(Traducción Ricardo San Vicente)

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