domingo, 25 de noviembre de 2007

José María Álvarez

¡Este si que es un descubrimiento! Paseando el otro día por la benemérita librería de Antonio Machado me topé con uno de los -hasta ahora- mejores libros que he leído sobre la subida al poder del nazismo. Siguiendo la línea trazada por Hayek en Camino de servidumbre, el autor, hace un recorrido por los últimos años meses antes del triunfo nazi en 1933. Lo interesante del libro es que parte de una aterradora premisa inicial: nuestras democracias “están preparadas” para que algo parecido pueda volver a ocurrir.
Más sorprendente fue para mi leer que el autor de este libro -Jose María Álvarez- es, además, poeta (uno de los novísimos del libro de Castellet), traductor de Eliot, Kavafis, Hölderlin, ganador del premio “La sonrisa vertical” etc, etc, etc.
Días más tarde, encandilado por el personaje, me compré un pequeño opúsculo -lo último que ha editado JMA- titulado La insoportable levedad de la libertad, una transcripción de un curso de verano organizado el El Escorial en julio del 2003, del que os ofrezco esta pequeña muestra.
[Quienes me conozcan y lean esto, adivinaran que no estoy del todo de acuerdo con lo que dice el autor. Pués bueno, queridos míos, con los escritores que me gustan, me ocurre algo parecido que con los amigos; esto es, no busco fotocopias, no busco que sean de “los míos” (eso se lo dejo a sectarios varios, de los políticos o de los otros).]


"Si esta sociedad, la Democracia de Masa, persiste, no creo que sobrevivamos. Y sin duda es ella la que va a sobrevivir. Y en esta sociedad no habrá poder creador. Estamos contemplando ese desolado paisaje. Puede que aún se siga representando a Shakespeare, y la gente irá a los museos. Tácito y Montesquieu, “la cultura entera” -¡hasta los filósofos griegos! ¡Y Schopenhauer!-, música, etc... están hasta en los quioscos... junto a Cosmopolitan, o Playboy. Pero un Shakespeare “democrático, “solidario”, “políticamente correcto”, limpiado, disecado, ante un auditorio sin vinculaciones emocionales con lo que se representa. Contemplarán El rey Lear o Hamlet como pueden asistir a un concierto de Sabina. Pasearán por los museos como el que se pasea ante un acuario muerto. Ya sin lazo con la vida. Un entretenimiento, y sin duda, programado: por la mañana aeróbic y shopping, por la tarde La traviata y por la noche cena turística. Y todo sin excesos.
Durante un tiempo aún se mantendrá -como rarezas, incluso como un consumo de buen tono, dentro de lo que ahora se llama “calidad de vida”- todo esto. Pero dudo que en esa sociedad pueda madurar un Mozart, un Rilke, un Rafael, un Leonardo. Y a la larga, exangüe, inane, también esa sociedad sucumbirá. Porque lo que cada época ha llegado a ser, el horizonte de sus ilusiones, el legado común de la Humanidad, vivía, paradójicamente, en la altura donde habían colocado el listón de nuestros sueños esos artistas marginados y marginales. Porque, como dijo Hugo, contienen lo ignorado.
Porque Beethoben o Borges, o Stendhal o Baudelaire, no son, en ese legado, sólo música o literatura. Significaban también que había una sociedad palpitante donde su obra florecía. Ningún deseo social ni decisión de las instituciones pueden hacer que se produzca un Mozart o un Plutarco. Sólo en un mundo libre libre en su alma, aunque padezca los rigores de una tiranía-, donde habita la primacía de lo mejor sobre lo peor, en todos los órdenes y en el corazón, en todos los órdenes y en el corazón de sus hijos, sólo allí pueden darse esos ilustres alumbramientos.
Con su luz gozará una parte de esa sociedad, un número limitado de seres humanos -y aquí sí que en su incremento pueden influir los logros de una Educación mejor-, pero lo que emana de esas exigencias produce el mejoramiento de toda la sociedad. Porque los más profundos mensajes de tolerancia y comprensión, la busca de lo excelente, de sueños, de imaginación, de libertad, es en sus obras donde anidan, donde nos aguardan, donde nos hacen mejores. Porque esos “pocos” son la carne de la Civilización, de la única, desde el primer vagido.
No quiero entrar en el análisis de lo que acaso, con la destrucción de la Enseñanza, sea el abismo bestial desde donde nuestra sociedad ha decidido suicidarse: el asolamiento de las grandes lenguas, nuestro español, el inglés, el francés, el alemán, etc. Proceso astutamente vinculado a la degradación del ser humano, y que iniciado por comunistas y nazis, alcanza en la Democracia de Masas, sus más pérfidas y salvajes conclusiones. Sería tema para un curso entero.
Creo que muchos de nosotros debemos acostumbrarnos a que seremos zombis en un mundo ordenada e igualitario, y muy infantilizado, absolutamente controlado por la televisión u otros inventos que vengan acaso más decisivos. La barbarie en sus múltiples formas, nacionalismo, multiculturalismo, posmodernismo, Izquierda en cualquiera de sus formulaciones, ha triunfado sobre la Cultura. Su labor de destrucción es inexorable. Los asesinos de la Cultura ya están instalados. Preparan, aunque algunos no lo hagan voluntaria o conscientemente, el camino a los asesinos de personas. Como escribió Nadiezhda Mandelstam, “
llena de horror me decía a mí misma que entraríamos en el futuro sin testigos capaces de testimoniar lo que fue el pasado. Tanto fuera como dentro de las alambradas, todos habíamos perdido la memoria”. Hace ya mucho, en un poema de Museo de Cera, vi ese futuro:

Lo que hemos amado como Historia
será como el paso de la Luna
entre Horda y Horda."

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