domingo, 2 de septiembre de 2007

Fumaroli, desertización cultural y educación para el servilismo





Marc Fumaroli ha descrito como nadie un inquietante proceso nihilista: el Estado, tomado por una oligarquía demagógica, instalada en sus ministerios de cultura, destruye la cultura, convirtiéndola en mero entretenimiento desalmado, socavando los fundamentos de la educación cívica a través de la orquestación de fiestas publicitarias. A su modo de ver, el modelo francés de ministerios de la cultura, al servicio de las burocracias ideológicas, es una inquietante amenaza contra los fundamentos últimos de la libertad individual. Diálogo en su despacho del Collège de France.
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-El cambio político, en Francia, las promesas de ruptura de Nicolas Sarkozy contra veintitantos años de arcaísmo e inmovilismo, de izquierda (Mitterrand) y derecha (Chirac), ¿permitirán combatir si no derogar el Estado cultural que usted denuncia?

-Romper, me parece difícil, ya que el presidente Sarkozy ha sido elegido en tanto que jefe del partido y familias políticas herederas del general De Gaulle. Y las familias políticas herederas del general De Gaulle consideran como un tesoro precioso, un título de gloria, la creación en 1959 del ministro de asuntos culturales, confiado a un hombre a quien el general De Gaulle calificaba de “amigo genial”, André Malraux. Al comienzo de su campaña, Nicolas Sarkozy hizo saber, en varias ocasiones, que él prefería transformar el actual ministerio de la cultura en lo que ya era antes, en 1957, una subsecretaría de Estado, dentro del ministerio de la educación. Parece más que probable que, durante el breve periodo de la formación de su primer gobierno, el presidente de la República sufrió enormes presiones para no reducir el pretendido “resplandor” de tal ministerio: se le hizo comprender que no era oporturno prescindir de tal “joya de la familia”.

EL ESTADO, CONTRA LA CULTURA

-Sin embargo, nadie, ni siquiera las familias políticas socialistas, se atreven a defender el intervencionismo del Estado en el terreno de la alta cultura.

-No se si esta o aquella familia política es intervencionista. Si me parece evidente que si hubiese sido elegido presidenta la señora Ségolène Royal, ella hubiese dejado intacto el ministerio de la cultura. Se trata de una fijación, una suerte de vaca sagrada, ante la que nadie se atreve a blasfemar.

-Es usted muy radical, criticando los vicios y lacras del Estado demagogo.

-Hay cosas buenas en la acción cultural del Estado. Todo lo bueno data del siglo XIX y la primera mitad del XX, cuando esa acción no estuvo desarrollada por ningún ministerio, si no por una secretaría de Estado con objetivos perfectamente armónicos y bien definidos, que nadie si no es el Estado puede ejercer: la conservación del patrimonio nacional; la subvención de teatros, óperas, salas de conciertos, de calidad ejemplar; el patronazgo de las mejores escuelas de músicos, actores, bailarines, etc. Brevemente, el Estado debe ejercer tareas ejemplares, tareas conservadoras. Por el contrario, no es tarea del Estado dictar modas supuestamente culturales; no corresponde al Estado financiar ningún tipo de presumidas “vanguardias” artísticas; no corresponde al Estado intervenir en el gusto o los caprichos de los ciudadanos, en su vida privada. Mi gran reserva hacia el antiguo ministerio de asuntos culturales, en su día, más tarde transformado en ministerio de la cultura, no es la continuación de la tradicional administración de las cuestiones que en otro tiempo regentaba una secretaría de Estado. Mi reserva se dirige contra lo que más tarde se ha llamado la “democratización cultural”, el “desarrollo cultural”, la “animación cultural”, una multiplicación infinita de actividades que permiten al Estado jugar lo mismo a la vanguardia artística que a la gestión del ocio que a la promoción de una forma de arte (en detrimento de otras). Tareas que debieran encontrar su legitimación en el público y no en el dictado de unos funcionarios pretendidamente cultos.

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-Durante la última campaña presidencial fue muy llamativa la importancia que tuvo el debate cultural sobre los valores, la educación, la herencia de mayo de 1968. ¿De donde viene esa angustia profunda?

-Detrás de los debates sobre el papel del Estado, en sus relaciones con la cultura; detrás de los efectos perversos de la acción publicitaria del ministerio de la cultura, es posible percibir sus efectos nocivos, de inmenso calado, en otro ministerio mucho más serio, el ministerio de la educación nacional. Es mucho menos glamour hablar de maestros, de profesores, de clases, de enseñanza primaria, de alumnos con malas notas, que hablar de artistas, de pintores, de poetas, de dramaturgos, de actores, de cine, de música, que son cosas pretendidamente más brillantes. Y, evidentemente, si se concede al ministerio de la cultura la responsabilidad sobre todas las cosas del espíritu y la vida espiritual, el espíritu y las cosas del espíritu se quedarán rápidamente reducidas al espectáculo, al show-business, a las lentejuelas, a las estrellas de la música pop, del cine o el espectáculo. Al mismo tiempo, en la Francia profunda, los franceses saben bien que todo aquello que hacía respetar a Francia, en otro tiempo, era su alta cultura. En el Antiguo régimen, Francia tuvo una aristocracia ilustrada. Durante el siglo XIX, Francia tuvo una burguesía muy brillante e ilustrada. La influencia de Francia, a lo largo de los siglos, no era la influencia de sus ejércitos o su economía. Francia era influyente a través de su espíritu, su lengua, su cultura. Francia no se hizo respetar a través de ningún imperio difunto, si no a través de su lengua, sus ideas, su cultura.

-Ni la cultura ni la vida del espíritu son prioridades, para nadie.

-No. Se prefiere la publicidad, el espectáculo, el show-business. Se nos habla de productividad, de guerra económica, etc. Y, en el terreno de la pretendida cultura, se intenta amueblar nuestro ocio, con espectáculos diversos. En la Francia profunda, los franceses sienten con cierta angustia que todo aquello que, en otro tiempo, hacia brillar el nombre su patria, en el mundo, está corriendo el riesgo de desaparecer, víctima de una tragedia: ya que la educación, el sistema educativo, no da hoy los frutos que dio durante los siglos precedentes. La agitación de toda especie que se pretende cultural solo es una suerte de maquillaje, o máscara, con la que se intenta ocultar la angustia que produce el vacío de una educación, y un sistema educativo, del que estuvimos orgullosos, desde el siglo XVII. Sistema educativo que hoy da signos de debilidad inquietantes. Una de las grandes tareas políticas de nuestro tiempo es restaurar el sistema educativo nacional, para devolverle su antigua calidad. Y pienso que el presidente de la República es consciente, acometiendo, rápido, la reforma de la universidad.

EDUCACIÓN PARA EL SERVILISMO Y LA ESCLAVITUD

-Las reformas pueden ser eficaces. Pero también pueden precipitar problemas de nuevo cuño.

-Hay que ir al fondo del problema. Si nos contentamos con reformar el sistema actual, para dar más importancia a disciplinas técnicas, o económicas; si se olvida que la verdadera educación, sea cual sea la especialidad o el oficio futuro, es una gran formación básica en el terreno de las humanidades, solo se agravará la crisis de fondo. No se puede olvidar que las grandes personalidades, de la ciencia, la economía, la política, en cualquier especialidad, fueron grandes, de entrada, porque tenían el horizonte general que les dieron las humanidades clásicas. La fuerza de Francia, en su día, lo que nos hacía interesantes para otros pueblos, era que nuestros grandes escritores fueron siempre grandes educadores. Montaigne consagra uno de sus ensayos más largos a la educación. Rousseau consagra un libro entero a la educación. Todo el teatro de Moliere enseña la vida del hombre en sociedad. Nuestra literatura romántica no pretende cambiar el mundo, revolucionar la sociedad o subvertir el lenguaje, si no que intenta educar. Toda nuestra gran literatura, como los clásicos griegos y latinos, intenta enseñarnos algo sobre nuestras relaciones con los otros, como enseñanza básica, previa a la enseñanza de ningún saber o disciplina.

-De la educación clásica hemos caído en el espectáculo audiovisual.

-La gran tarea, en Francia, y quizá en Europa, es saber que la educación, antes que nada, tiene por misión transmitir los elementos de una sabiduría, un arte o una manera de vivir. Y enseñanza pasa antes que nada por el estudio de textos literarios, textos de poesía, textos teatrales. El estudio de obras maestras de la pintura. En definitiva, la primera de las enseñanzas pasa por la enseñanza de la historia de la literatura y la historia del arte, la historia de la filosofía. Si todo eso que es esencial, todo eso que hoy se tiene tendencia a considerar como un lujo, todo eso pasa a un lugar secundario, estaremos comenzando a planificar la mediocridad, el servilismo, la esclavitud, se planifica la “estatura” misma del hombre y la humanidad, reduciéndolos. Políticamente, esa lenta eliminación de las humanidades prepara, como decía Tocqueville, a la imposición de tiranías “suaves”.

DESTRUCCIÓN DEL ALMA Y EL ESPÍRITU

-Si lo entiendo bien, la crisis francesa, quizá la crisis europea, va mucho más allá de este o aquel peregrino mes de mayo de 1968. Y habría que remontarse mucho más atrás en el tiempo, a vuestro querido Chateaubriand, no sé si hasta la misma Madame de Sevigné.

-No, no, madame de Sevigné no tenía el sentido de la decadencia. Chateaubriand, quizá, por momentos. En verdad, la crisis estalla en todo su esplendor entre las dos grandes guerras de 1914-19 y 1940-45. Y fue Ortega, en España, quién hizo uno de los primeros y más brillantes análisis de la crisis que intento exponerle. Cuando Ortega habla de la “revuelta de las masas” comenzamos a percibir la degradación de la cultura a la que nosotros hemos asistido. Allí donde antes se intentaba formar hombres libres, individuos capaces de razonar, libremente, nosotros comenzamos a descubrir el imperio sonámbulo y anónimo de las masas, sin discernimiento ni razón. Se trata de una evolución totalitaria, amenazante para la evolución del individuo libre y soberano. Cuando yo contemplo el triste espectáculo de unos funcionarios organizando espectáculos que serían insoportables organizados por empresas privadas, cuando yo contemplo como se transforma el gran proyecto de Malraux, de dar la educación y la cultura a todos, degenerado en una suerte de club de vacaciones organizadas, financiado por el Estado, confieso temer que se trata de una gravísima degradación.

-Quizá se trate de un problema universal. Allan Bloom ya denunciaba el proceso de “destrucción del alma y espíritu”, a través de los programas educativos de algunas universidades norteamericanas.

-Bloom denunciaba el mismo proceso de destrucción de las universidades, aunque en EE.UU. el proceso toma otra forma. Ya que, allí, el Estado no se mezcla para nada en las cosas de la cultura. Bloom constató, efectivamente, que las universidades norteamericanas, que tienen un peso económico muy considerable, eran permeables a la sustitución de la verdadera educación por una especie de show-business de sustitución: el entertainement sustituyendo al studium en el espacio mismo del studium.

DEL TERROR AL SHOW BUSINESS

-En ese terreno de la sustitución del estudio y la cultura por el entretenimiento de masas, ¿dónde percibe más amenazante el proceso de destrucción de la cultura, en Europa o en los EE.UU.?

-Los americanos creo que salen mejor parados, ligeramente. Aunque recurriendo a métodos ligeramente hipócritas, que es muy difícil intentar aplicar en Europa. En los EE.UU. no hablan de cultura, en general. Establecen una diferencia entre “high” y “low culture”. Admiten perfectamente esa diferencia entre “high” y “low” cultura. Ellos admiten la existencia de universidades de elite y universidades al alcance de todo el mundo. Se admite la existencia de grandes colegios y universidades donde se estudia el griego, el latín, el sánscrito, el hebreo. Y colegios y universidades donde solo se aprende a utilizar Internet. Las jerarquías son perfectamente aceptadas, a cambio de una cierta apariencia de igualdad.

-La Francia revolucionaria soñó con un calendario que debía abolir el calendario cristiano, sustituyendo las fiestas tradicionales por fiestas públicas con un nuevo calendario. Desde hace años, el Estado demagogo también está suplantando el calendario de la era cristiana por los nuevos calendarios del entretenimiento de Estado. La noche de San Juan se sustituye por la Fiesta de la Música, etc. ¿Se trata de un problema de fechas o de algo más grave?

-Se trata de algo más grave. A pesar de todo, la Revolución francesa, incluido el Terror, estuvo hecha por hombres más o menos ilustrados, y eso quizá nos evitó cosas peores, tipo Stalin o Pol Pot. Robespierre o Danton, en definitiva, eran hombres cultos, grandes letrados. Tuvimos dos años de locura, el Terror. Incluso la Fiesta del Ser Supremo comporta un cierto bagaje cultural, para entenderla en su justa medida, es imprescindible conocer el Contrato social de Rousseau. Y luego siguió un siglo XIX brillantísimo. En nuestro tiempo, el show business, el entretenimiento de Estado, está muy lejos de cualquier debate de ideas. Hemos caído en una pura y simple ocupación del ocio, amueblar la nada.

-El arte reducido al entertainement, el entretenimiento, es el triunfo del Demonio y la nadería endemoniada.

-Yo prefiero no utilizar esa terminología. Pero, efectivamente, hay algo de demoníaco en todo ese proceso, una suerte de nihilismo mesiánico, misionario.

-¿Tiene usted una idea, una fórmula, para combatir ese proceso de destrucción del hombre? Jünger decía que la gran tarea del hombre del siglo XXI sería la repoblación espiritual del mundo, ¿qué consejo daría usted a los hombres públicos, para salvar lo que todavía pudiera salvarse de lo que en otro tiempo se hubiese llamado la vida del espíritu?

-La urgencia del hombre público es la economía, la competencia internacional, etc. Lo que digo para Francia vale para España, que tiene una gran tradición literaria, teológica, artística, poética, novelesca: ahí está el alma de España. Bien está que el cuerpo se porte bien. Pero me gustaría pensar que el futuro de un pueblo, el futuro de una gran nación, no se encuentra forzosamente en el intestino. En España, en Francia, en Alemania, en Italia, lo sensato sería esperar que su futuro se encuentra en su corazón, en su alma, en su cerebro. Para detener el proceso de una masificación embrutecedora es más urgente que nunca una nueva educación humanista para nuestros jóvenes modernos. Los medios de comunicación y transmisión de las imágenes y la información se apoderan en nuestro tiempo del alma de los niños antes mismo que haya comenzado la educación verdadera. Se trata, en bastante medida, de un problema trágico. Los niños de nuestro tiempo son “des educados” antes mismo de haber sido educados.
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Escolio de Nicolás Gómez Davila
"-La propaganda cultural de los últimos decenios (escolar, periodística, etc.) no ha educado al público, meramente ha logrado, como tanto misionero, que los indígenas celebren sus ceremonias clandestinamente."

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